OPINIÓN
El otro día pregunté a unos jóvenes universitarios de qué color era el sol. La respuesta unánime y con sonrisa socarrona fue “amarillo, naturalmente”, cuando intenté explicarles que tenía un tono rojizo y que nuestros sentidos nos engañan permanentemente me miraron como bicho raro.
Es que damos por cierto muchas cosas, porque las repetimos de memoria, como aquella expresión que señala, que en el fútbol no hay rival pequeño, porque en cancha son once contra once. Lo que no se explica que por un lado está un equipo preparado y otro no tan preparado, un equipo profesional y otro no tan profesional.
Cuba no tiene un historial en el fútbol, no ha logrado en el balompié los lauros que cosechó en otros deportes, pero no por ello era un rival pequeño para Bolivia y lo demuestra el resultado del partido jugado el miércoles y la forma cómo encaró el equipo local este encuentro.
Esos son los rivales a temer, los que juegan distinto, los que ponen la pierna dura en cada jugada y los que al final no dejan jugar. Por esta razón a Bolivia le costó marcar un gol, se le hizo difícil aplanar a su rival como pretendía la afición.
Otro equipo de mayor fuste habría puesto las cosas en su lugar. Habría marcado la diferencia desde inicio para convertir el encuentro en mero trámite, es que en el fútbol hay equipos grandes por tradición, pergaminos, talento individual y colectivo de sus jugadores y, finalmente porque no es que el talento esté repartido por igual en todos los puntos del planeta.
El fútbol boliviano tuvo picos altos y breves en su historia futbolera, como el club Litoral en el final de la década de los años 40, la Selección de 1963 y la que fue al Mundial en 1994; en el resto de su andadura fue casi siempre un rival débil, el equipo elegido por los anfitriones para el debut, el equipo elegido en las series de sudamericanos o torneos de equipos campeones como débil.
Cada vez que un equipo boliviano le ganaba o empataba a un grande, los cronistas acostumbramos a refrendar el éxito con la expresión: no hay rival pequeño, aunque íntimamente sabíamos que nuestra talla era pequeña, pero en esa jornada nos graduamos como grandes.
Bolivia eligió un rival pequeño para salir de una sequía de 15 partidos sin ganar, pero se dio cuenta en cancha que no era tan pequeño. Los medianos y grandes no nos admiten como rival, porque quieren equipos más competitivos. Es que nuestro fútbol se adormeció, se quedó parado en la estación y vio pasar velozmente a los otros que van en tren.
Dicho de otra manera, Bolivia que es un rival pequeño, creyó encontrar en Cuba a uno más pequeño aún, a un pigmeo y no es así, porque como ocurrió con Venezuela, Cuba empieza a tomar el fútbol un poco más en serio, de manera que golearle a Cuba no era tan fácil, decir que era imposible no ganar es vestirse con un traje muy amplio. Por el momento somos pequeños, pero es hora de crecer y rápido porque si uno deja pasar mucho el tiempo viene el enanismo.
ERNESTO MURILLO ESTRADA
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