Ante la proximidad de la reunión de la Comisión de Estupefacientes de la ONU, a realizarse en Viena el 12 de marzo, ha vuelto a la escena el tema de la coca y su defensa por el Gobierno. Como antesala se ha registrado el intercambio de notas entre la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes y la Cancillería del Estado. En el fondo la JIFE cuestiona la actitud “sin precedentes” de Bolivia por haber denunciado la Convención de Viena de 1961, seguida de su intento de reincorporarse a la misma con reserva a la penalización de la masticación o “acullico” de coca.
La JIFE se refiere con “hondo pesar” a la posición oficial, pues, si bien la denuncia es un procedimiento previsto –anota- “va contra el objeto fundamental y contra el espíritu de dicho instrumento”. La observación se apoya en un informe difundido en Viena que califica la masticación como práctica minoritaria en Bolivia.
Por su parte la Cancillería denomina “sesgado” al informe y pone de relieve que la JIFE es un organismo de asesoramiento y no puede dictar políticas a los gobiernos. Manifiesta el Canciller que “la prohibición es incompatible con la Constitución”, texto que como es conocido declara sagrada a la hoja. El viceministro de Defensa Social, Felipe Cáceres, al comentar la nota, destaca a la planta como integrante de la “cultura” nacional.
Como se trata de otorgar carta de ciudadanía a esta supuesta vinculación cultural, quepan algunas aclaraciones no siempre coincidentes con dicha postulación. Si se revisa la historia, en el incario por sus elementos estimulantes la hoja estaba reservada al uso del Inca y de los inmediatos “curacas” del soberano. El pueblo la desconocía o le estaba vedada bajo sanción.
Conociendo su naturaleza, la Colonia la introdujo para los esforzados trabajos de la “mita”, de donde se expandió al campo. Hace algunas décadas se atrae su atención en la práctica de ensalmos, encantamientos y predicciones o adivinanzas, con fines lucrativos y a expensas de personas supersticiosas. Por lo demás su masticación es cada vez menor en las nuevas generaciones campesinas. Sus cualidades curativas no son ni están científicamente comprobadas, excepto en algunos productos como componente anestésico.
La parafernalia a su favor tuvo inicios en ciertas actitudes del ex presidente Jaime Paz Zamora, al lucir la hoja con poco éxito en la solapa, en algún evento internacional, y bajo la consigna de que “la coca no es cocaína”. Este ensayo cobró aliento en el actual Gobierno, fundamentalmente para dotarse de símbolos. En efecto, la coca fue proclamada “milenaria y sagrada”. Ello da cabida a su producción intensiva con el expediente del “acullico” y favorece a los cocaleros, base de sustentación y reducto del presidente Evo Morales. En síntesis es un recurso más para consumo político.
Las anteriores condiciones contribuyen a la conformación de un creciente paraíso de las actividades ilícitas del narcotráfico en el país y la abundancia de cultivos atrae a los temibles cárteles de la especialidad, como lo prueba la proliferación de sofisticadas fábricas de cocaína y los frecuentes “ajustes de cuentas”. Todo el drama anterior va en desmedro del prestigio y de la honra de la Nación y la coloca en una rara posición pro alcaloide. Mientras tanto el Presidente anunció haber logrado la adhesión al “acullico” de 60 países con vista al cónclave de la Comisión de Estupefacientes de la ONU.
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