En más de seis años, con el régimen del MAS, los medios y periodistas creemos haber cumplido con el Estado, con el gobierno y, lo más importante, con la responsabilidad de mostrar yerros, criticarlos y tratar de que se recorran las sendas de la Constitución, las leyes y los intereses del bien común; lamentablemente, bien podemos decir que hemos fracasado porque hay cuestiones que se han observado y vivido pero que no siempre han dejado expeditos los caminos para un buen accionar, para que la libertad ejercida con el poder del gobierno sea responsable.
En enero de 2006 se anunció “políticas de cambio”; se entendió que esos cambios se referían a la necesidad de cambiar todo lo malo del pasado reemplazando malas acciones con buenas, con correctivos que permitan servir al país rectificando lo malo hecho e iniciando etapas constructivas en la administración del Estado. Equivocamos de medio a medio lo creído porque los cambios habían sido para adoptar nuevas formas de vida, reprochando lo pasado en todo lo que hubiese perjudicado a generaciones de nativos, autóctonos, originarios y otros y que habitaron nuestro territorio antes y después del coloniaje.
Vivir mejor, desarrollarse y progresar era, como lo es hoy, la finalidad perseguida por todos los gobiernos desde la creación de la República de Bolivia en 1825, pero, en favor de todos, sin distinción alguna, sin racismos ni complejos de clase desterrando odios y venganzas. Vivimos lo contrario de ello y llegamos al extremo de una pretensión: retrotraer socialismos extremos que habían periclitado a partir de 1989 con la caída estrepitosa del comunismo que arrastró con él a extremismos absurdos y que rechazó la humanidad.
Los experimentos vividos no han servido de nada y sólo han acarreado mayores problemas a la comunidad nacional en lugar de enmendar lo malo hecho e introducir, real y efectivamente, cambios que el país necesitaba. Que hemos cambiado, sí, pero… “plurinacionalidad” en lugar de República o nación o país, prefecturas por gobernaciones y, así, se adoptaron títulos y logotipos conforme a lo que “el partido quería”; pero, cambios que permitan nueva vida a campesinos y originarios, que cambien las situaciones de pobreza, que produzcamos y exportemos más, que nos atengamos a nuestras posibilidades y dejemos las gradientes de la ayuda que nos otorgan los países e instituciones limosneras del mundo, que nos creamos más que Suiza o que estemos en la cima del mundo, no, nada de ello hemos logrado. ¿Los resultados? Más pobreza y dependencia acompañados de más corrupción, ineficiencia, ineficacia y un manoseo de lo que “podría hacerse o no” o dudas sobre lo hecho hasta el extremo de firmar una ley hoy, porque así convenía simplemente a las circunstancias, que por solucionar o definir un problema; pero, esa ley tenía que anularse, cancelarse – así sea provisionalmente – porque “así conviene al partido” aunque no convenga al país que esperaba actitudes y administración correctas.
Decir todo esto implica que familiares y amigos recurran a la frase: “Ten cuidado, los momentos son difíciles y mejor es callar, dejar que sigan las cosas como hasta ahora”. ¡Cuán fácil sería “dejar todo como hasta ahora”! Es decir que sigan los yerros, que nadie defienda lo que cree y siente el pueblo boliviano; que nos resignemos a ser la cola del mundo; que tengamos que espectar la falta de trabajo, empleo, producción, y no intentemos salir de la pobreza que, en el día a día, se incrementa y agrave en sus consecuencias. Dejar que todo siga igual es permitir que empeore todo tan sólo ¿por cuidar la propia seguridad? No entender que alguien tenía que decir algo – lógicamente con la voz y escritos de periodistas y escritores que saben la inconveniencia e inutilidad del “dejar hacer y dejar pasar” porque, si no se hace hoy lo que debió hacerse hace mucho tiempo – inclusive para condenar y corregir las malas políticas de otros gobiernos – sería complicarse con todo lo malo.
No es deseable el papel de quienes aconsejan la repetición del “laissez faire” (dejar hacer y dejar pasar) y vivir resignados, mascullando dolorosamente las desgracias vividas, espectando cómo se dispone a manos llenas lo que es del Estado y no pertenece ni a una persona ni a un partido ni al entorno. No, no es posible ser impasibles ante lo ajeno, contrario al interés de todos los bolivianos. Decir todo esto seguramente no duele pero molesta al gobierno; pero, en el colmo de su disfrute del poder, tendrá que comprender las mil razones que hay para decir las verdades que siente el país, los dolores que laceran al pueblo, las esperanzas que no pueden ser desesperanzas ni deben trocarse en frustraciones.
Así, mientras haya vida y conciencia de país habrá que decir lo que se debe y no para derribar ni derrocar al gobierno sino para que actúe como seguramente se propuso originalmente; para que cumpla con el país y, finalmente, enmiende políticas y conductas equivocadas que nunca debió seguir, especialmente con la eficiencia que lo hizo pero sólo en bien “del partido” y su entorno. Es tiempo de los aciertos que corrijan los desaciertos.
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