Como consecuencia de una falta absoluta de disciplina y de instrucción se puede decir que la Policía Nacional se encuentra en colapso. El reflejo más claro de esta situación se da con la abrumadora delincuencia y en las cárceles del país. Muchas veces hemos tenido que abordar este tema con la esperanza de que las autoridades del Ministerio de Gobierno puedan encarar la situación con la seriedad necesaria y que los mandos naturales policiales adopten oportunos reajustes. Todo parece haber caído en saco roto. La fuga de André Magalahes Oliveira, peligroso sicario del Comando Vermelho de Río de Janeiro y reo confeso del asesinato de una pareja en Santa Cruz, en circunstancias casi ridículas en presencia de sus dos custodios policiales, mientras esperaban una audiencia que debía realizarse en el distrito judicial de Santa Cruz, es la gota que colma el vaso. El mismo día 1, otro reo y su custodio fugaron y ninguno aparece.
El caso del brasileño parecería una conjura con la participación, al menos por omisión, desde los jueces del distrito de Cochabamba, autoridades penitenciarias, el gobernador del penal de El Abra y por último los custodios, éstos últimos con alto grado de complicidad, como lo prueba su inercia frente a los hechos. De lejos se aprecia que la fuga estuvo planeada desde el interior de la cárcel, sin que los responsables de la seguridad hubieran adoptado mínimas precauciones.
Largo sería relatar las innumerables fugas de reos de los diversos penales del país hasta sumar varias decenas por año, retratando algunas circunstancias lindantes en lo humorístico. Autoridades del Régimen Penitenciario relatan en tono festivo, cual si se tratara de anécdotas de poca monta, el regreso de un reo “cargando” a sus dos custodios después de una comida rociada de cerveza. Resignación o donosura de ese recluso. Estas invitaciones y francachelas entre los réprobos de la justicia y confiados policías es cotidiano y una de las fáciles causas de fuga. En efecto, salidas judiciales o visitas médicas multiplican la mofa al aparato carcelario confiado a la Policía.
Tampoco es extraño que entre los propios internos se designe “procuradores” o tramitadores de causas, quienes gozan de salidas sin custodia alguna y pocos son los que no alzan vuelo como aves en libertad. ¿Dónde se ha visto tal género de condescendencia, confianza y sumisión como si se tratase de devotas hermanitas de la caridad? Frente a tanta liberalidad sería mejor que tengamos alojamientos u hoteles en lugar de cárceles.
Nadie ignora que hay cárceles como la de San Antonio en el departamento de Cochabamba y otras, por supuesto, donde los reos cotizan de 100 a 500 dólares en calidad de “seguro de vida” a bandas de malhechores que conviven con sus custodios. Preso que no paga es agredido y aun victimado. Por lo menos en los principales recintos carcelarios es corriente el pago de anticresis o “compra” de celdas, según las posibilidades de los alojados, para no hablar del comercio de droga.
El tren de vida de estas modalidades de colonias de vacaciones o post grado de la delincuencia incluye jaranas con mujeres, bebida y, a veces, la presencia de invitados. Alguna vez se denunció la participación de jefes y oficiales de distintas fuerzas. Un preso puede compartir su encierro con su esposa o concubina, junto a los hijos. Posiblemente en presencia de tanto desbarajuste y de burla a la sociedad honrada alguien pensó en que sería hora de relevar de tanto peso a la Policía Nacional. Lo que no se atina a saber es cómo ni a cargo de quién. Entretanto clamamos algo de disciplina, criterio e instrucción, pues no se trata de cuidar a nenes escolinos.
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