Contra todo lo que afirman los actuales inquilinos del Palacio Quemado y las autoridades que tienen en sus manos las riendas del país, la economía nacional no está “blindada” contra los grandes disturbios que se registran en los principales centros financieros del mundo. Por el contrario, la economía boliviana padece de una extraordinaria debilidad o, más propiamente, pende de un hilo que se puede romper en cualquier momento. En efecto, la versión oficial de que “la economía boliviana está blindada” no es cierta.
En primer lugar, los ingresos que registra nuestro país se deben exclusivamente a que los precios de las materias primas han subido en tan grandes proporciones que en algunos casos llegan hasta 300 por ciento. Ese fenómeno -y no el aumento del volumen de la producción- es el que ha permitido al país tener los mejores ingresos que ahora se registran. Por ese aspecto, si en cualquier momento cayesen las cotizaciones internacionales, la economía del país sufriría un colapso de grandes proporciones.
Un segundo factor que sostiene la economía boliviana en el filo de la navaja es que el país está ganando más produciendo menos, pues la producción apenas ha tenido, en varios años, un crecimiento tan bajo que no puede ser tomado en cuenta. En ese sentido, si cayesen los precios internacionales y, al mismo tiempo, nos encontráramos con baja producción en los diversos rubros de nuestra economía, de inmediato sufriríamos un efecto doble que pondría en riesgo a cualquier sistema financiero.
En esa forma, en términos generales, únicamente debido a esos dos aspectos, la economía boliviana goza de relativo buen estado de salud momentáneo y casual. Si no fuesen esos factores -en especial los precios internacionales- se podría asegurar que podríamos caer en un estado de bancarrota, vale decir que nuestra economía no está “blindada”.
La caída de la producción en el país ha originado que tengamos que aumentar progresivamente las importaciones. En efecto, en términos generales, el año pasado las importaciones crecieron en 41 por ciento en relación con el año 2010. Los datos del Instituto Boliviano de Comercio confirman que el año 2010 el crecimiento de las importaciones, en comparación con el año anterior, demandó 2.200 millones de dólares más.
Pero el problema del aumento del valor de las importaciones, sin que se registre un aumento de la producción interna, no sólo tiene implicaciones económicas, sino muy especialmente políticas. En efecto, si el país depende más de la exportación de la producción de materias primas sin valor agregado y que son vulnerables a factores externos, querrá decir, sin vuelta de hoja, que hemos retornado al sistema del coloniaje, es decir exportar recursos naturales en bruto sin la menor industrialización y, paralelamente, estamos importando con esas divisas otros productos, en especial alimentos, combustibles, lubricantes, etc., aspectos que precisamente caracterizan a un país en calidad de colonia.
Desde los momentos iniciales de su existencia, la actual tienda partidaria que usufructúa el país predicó a tambor batiente que lucharía por hacer que Bolivia deje de ser una colonia. Sin embargo, pese a tan radicales afirmaciones, ahora sucede todo lo contrario o sea que estamos en condiciones coloniales tan graves como en los tiempos del liberalismo montista (1900-1920) y que, por otro lado, algunos intentos exitosos del pasado para salir de esa humillante situación, se han perdido en el presente sexenio, con el agravante de que la tendencia de ese proceso de recolonización es más fuerte día que pasa. No avanzamos, retrocedemos.
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