Por convocatoria de Naciones Unidas, el año 1988 se realizó en Viena, capital de Austria, una Convención muy aclaratoria en contra de las drogas ilícitas. Fue importante la participación de todos los países, pero muy especialmente de los países productores de las hojas de coca y consiguiente fabricación de droga; sus representantes, como era lógico, fueron los principales interesados en que sean aprobados programas que permitan acciones punitivas y decisivas contra el delito de fabricación, comercialización y consumo de drogas.
Así lo entendió la comunidad internacional y hubo consenso para aprobar medidas que permitan acciones enérgicas contra el mal. Uno de los puntos analizados -tal vez calificado como el más acertado- es que se convino en que cualquier acción contra el narcotráfico implica, previamente, adoptar medidas en contra de la pobreza. Se ha reconocido que pueblos que dedican su trabajo, energías y tiempo al cultivo de coca, marihuana, amapola y muchas opiáceas, lo hacen impelidos por la falta de trabajo que genera la carencia de empleo; que las condiciones de pobreza alcanzan índices muy altos y que, los empresarios o responsables de la fabricación y comercialización de drogas, incentivan esa pobreza para convencer a los agricultores sobre la conveniencia de los cultivos; éstos, ante panoramas de “fácil acceso y seguras ganancias” y sin ver peligro alguno, se prestan a realizar labores que implican la fabricación de drogas.
La pobreza “remediada” por las drogas implica evidentemente que se soluciona el problema de empleo, se provee de medios a las familias que están inmersas como asalariados (esclavos); pero, en verdad, es un sometimiento absoluto sujeto a condiciones inhumanas. En primera instancia, el pago por los servicios prestados se divide en dos, 50% en dinero y 50% en droga para que ésta sea comercializada por los familiares del “siervo o esclavo” y, como normalmente no es posible realizar todo el trabajo, se compromete hasta la intervención de los hijos; de este modo, al contratar a una persona, el narcotráfico gana a toda una familia que gratuitamente se convierte en comercializadora, no faltando los casos en los que se hacen adictos o son nuevos clientes consumidores.
Las realidades examinadas en la Convención de Viena – prolongación de la de 1961 – en contra de las drogas, ha lanzado verdades al mundo; pero la realidad es que no se cumplieron los compromisos porque luchar contra la pobreza requiere de fuertes inversiones en capitales financieros, tecnológicos y humanos que permitan crear riqueza y generar empleo. En casos, algunos países ricos han comprometido “ayudas” o “medios financieros” para combatir a las drogas, con lo que se lavaron las manos por la creencia de que los países productores deben llevar toda la responsabilidad para reducir la producción.
Todo este panorama de acuerdos y convenios ha dejado verdades que, lamentablemente, no siempre son tomadas en cuenta por los países que alegan -consciente e irresponsablemente- que: “para reducir el consumo es preciso reducir la producción y oferta”. Esos países, en su ceguera de conveniencia, no ven que la fabricación y la comercialización son determinadas por exigencias del consumo y que, mientras éste no sea erradicado de los países ricos especialmente, será imposible anular la producción y consiguiente comercialización. En poco tiempo más, habrá nuevas convenciones, pero será preciso corregir yerros y tomar los caminos que corresponda; de otro modo, el letal negocio continuará ocasionando la muerte de millones de personas que, conjuntamente el armamentismo, determina la presencia permanente de lágrimas y dolor en el planeta.
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