Oscar Ruiz Dorado
¡Qué hermoso es el fuego que se levanta al quemar uno sus propias naves!
Dylan Thomas
Hay sucesos históricos que, por no haber tenido la fortuna de contar con patrocinios gubernamentales, suelen ser olvidados. Más aún, dado que sirven para evidenciar una verdad que podría dañar la concepción de ciertas épocas, tan románticas cuanto engañosas, se intenta sepultarlos, privarlos del reconocimiento que las nuevas generaciones deberían tributar a sus protagonistas. Si queremos ser ciudadanos que ayuden a la ilustración de sus contemporáneos, cada uno de nosotros tiene que asumir la misión de divulgar tales hechos.
No tiene que importarnos el silencio de quienes deciden narrar y glosar las desventuras del país; su omisión permite que, con orgullo, recuperemos esos acontecimientos que forjaron también la obra nacional que ha fundado más de un patriotismo. Por consiguiente, al difundir lo que hicieron algunos hombres de bien, a favor del Estado y su sociedad, no se hace sino saldar una deuda de gratitud.
Casi seis décadas después de su gesta, la Revolución de 1952 recibe un trato privilegiado por parte de los historiadores. Por supuesto, como pasa frecuentemente en el campo de las ciencias del espíritu, hay apologistas y detractores que han vertido comentarios al respecto; sin embargo, la regla es encontrarnos con alabanzas cuando decidimos estudiarla. Es cierto que, merced al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), se produjeron cambios de valor incuestionable. Por ejemplo, no cabe negar la relevancia de haber terminado con discriminaciones indignantes en ejercicio de los derechos políticos.
Pero existen sombras que tienen tanta o más fuerza que todas esas luces juntas. Es que, al revés de la cara progresista, hallamos un régimen signado por las arbitrariedades y el matonismo. En el caso de marras, las atrocidades llegaron a tal punto que, como en la época del Tercer Reich, se creó campos de concentración. En aquel entonces, bajo el pretexto de pulverizar la oligarquía minera, las críticas al proceder gubernamental eran inaceptables y podían tener efectos letales. En resumen, ese periodo que posibilitó el encumbramiento de los emenerristas fue, entre otras cosas, una despiadada dictadura.
Felizmente, hubo compatriotas dispuestos a resistir esa opresión. Incluso, mostrando una gallardía extraordinaria, varios de ellos resolvieron enfrentarse violentamente a los secuaces del régimen. Ocurre que no todos se resignaron a vivir con temor. No importaba que torturadores y verdugos gozaran de impunidad en los tribunales; tolerar sus fechorías era inadmisible. Esta es la convicción que uno percibe al conocer del partido fundado por Oscar Únzaga de la Vega, Falange Socialista Boliviana (FSB), y, en especial, tras leer un libro de Luis Jorge Mayser Ardaya que contribuye, de manera satisfactoria, al conocimiento de nuestra historia de la segunda mitad del Siglo XX, a saber: Alto Paraguá. Verdaderas guerrillas bolivianas.
Mayser Ardaya fue quien, seguro de que las tácticas del partido debían variar para ser exitosas, propuso a Únzaga iniciar una guerrilla en el Oriente Boliviano. Cabe recalcar que se lo planteó en octubre de 1954, es decir, muchos años antes de que agentes del comunismo internacional acometieran algo similar en nuestra República. Fue una idea original y patriótica. Por desgracia, pese a ser considerada factible en abril de 1955, no podría concretarse sino hasta después de casi una década. Aun el excepcional líder de la FSB había muerto cuando se resolvió ejecutar dicho plan, cuya denominación fue Operación Oriente.
El autor del libro precitado fue gestor, capitalista y comandante de la obra insurreccional que concluyó en 1964. Todo su desarrollo está explicado en el título que comentamos. Según la óptica historiográfica, el volumen que inspira nuestras líneas contiene documentos que tienen una valía indiscutible. Hay fuentes de primera mano que, desde luego, podrían originar investigaciones de distinta naturaleza, ligadas tanto al MNR como a la FSB.
Como era previsible, su parecer acerca del deceso de Óscar Únzaga de la Vega enriquece un debate que pretende dilucidar lo que sucedió el 19 de abril de 1959, fecha en que perdieron la vida el líder falangista y su secretario, René Gallardo. Así sea por el sentimiento patriótico que irradia su autor o la riqueza intelectual que alberga, Alto Paraguá es una creación que conviene sugerir con el placer que puede sentir sólo un lector agradecido.
Por último, es importante destacar que, gracias a su ingenio, Luis J. Mayser Ardaya podría haber permanecido en el sector privado, sobresaliendo como empresario; no obstante, optó por la lucha armada. Además, denotando una seriedad absoluta, lo hizo sin ninguna clase de mezquindad. Si esos embates al totalitarismo se hicieron efectivos, esto se debió al sacrificio de muchos hombres, pero, principalmente, a su esfuerzo mental, físico y económico. Este es un hombre que, desde sus doce años, realizó aportes satisfactorios a su partido, mas también supo servir al pueblo cruceño, lo cual queda demostrado por la participación que tuvo en el nacimiento del Comité Pro Santa Cruz. Con justa razón, nuestra municipalidad ha reconocido su condición de hijo ilustre.
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