La esposa del tirano vive indiferente al problema
Si hay algo que distingue a una revolución, como la desatada por la “primavera árabe”, de una mera revuelta es la velocidad con que se desintegra la reputación de figuras clave del establishment puesto bajo acecho.
Asma al-Assad, la esposa del presidente sirio, cayó víctima de ese proceso. Hace diez meses, la revista Vogue la presentaba en tapa como la “rosa del desierto”, esa inglesa que se había convertido en la “más refrescante y magnética de las primeras damas” de Medio Oriente. Paris Match la consideraba “un elemento de luz en un país repleto de sombras”, mientras en su país de origen el tabloide The Sun decía orgulloso que era la “sexy británica que está sacando a Siria del frío”, es decir, del aislamiento internacional.
Ahora, sin embargo, se convirtió en una nueva “María Antonieta”, despreocupada por lo que puede estar pasándole al pueblo sirio a raíz de la represión ordenada por su marido y obsesionada con mantener su vida de ostentación. Pero cierto es que a la bella Asma el lujo no le es algo novedoso. Como “Emma”, hija de un reconocido cardiólogo y una ex diplomática siria, tuvo una infancia de privilegio. Estudió en colegios privados y se graduó como ingeniera en ciencias de computación en el King’s College.
Su inteligencia y buenos contactos le permitieron labrarse una carrera como gestora de fondos de inversión en el Deutsche Bank y JP Morgan, en Londres, París y Nueva York.
Conoció A Bashar durante los veraneos que su familia solía pasar en Siria cuando ella era niña. El romance recién floreció cuando él fue a Londres a estudiar oftalmología, en 1992. Ella tenía 17 años; él, 27. Entonces, el heredero aparente del mandato de su padre, Hafez al-Assad, era su hermano mayor, Basil.
Se casaron el 31 de diciembre de 2000, seis años después de la muerte de Basil en un accidente de tránsito, y con sólo seis meses de Bashar como presidente. Tienen tres hijos, Hafez, de 10 años; Zein, de 8, y Karim, de 7.
Allegados dicen que la joven pasó los primeros meses de primera dama recorriendo el país de “incógnito” para conocer mejor al pueblo. Esto la llevó a abrazar causas “progresistas”, como el desarrollo rural y la lucha contra el desempleo juvenil.
De lo que no cabe duda es que su intención era transmitir al exterior una imagen de modernidad. Pronto se supo que la pareja no vivía en un palacio, sino en un piso en Raouda, un barrio de Damasco favorecido por la oligarquía, y que ella llevaba a sus hijos a la escuela todos los días.
De esta forma, Asma fue reconocida como el “rostro presentable” de un régimen que prometía entrar en un proceso de liberalización luego de tres décadas del régimen draconiano de su suegro. Ella y su marido fueron recibidos en las principales capitales del mundo. También fueron anfitriones de celebridades como Angelina Jolie y Brad Pitt.
Chris Doyle, director del Consejo para el Entendimiento Anglo-Británico, la defiende: “Es una prisionera de su propia situación. No tiene elección. No puede decir nada y tampoco regresar a Gran Bretaña”.
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