URBANO
“Estoy sobre la hora para llegar a casa a almorzar, retozar y ver la novela para tener que volver en la tarde al trabajo. Como es ya una estampa de nuestra ciudad al medio día, la gente que desea retornar a sus casas abunda y no es igual la medida del transporte público que solamente se hace sentir por los insufribles bocinazos que ya son el soundtrack de la urbe paceña.
Luego de mucha espera para que pase mi trufi opto por darme por vencido… el minibús será mi medio de destino con la novela. De entrada, uno debe tener grandes aptitudes físicas cuando no hay un amigo vocero ya que estas puertas, por falta de una buena aceitada, son bastante persistentes en su afán de no abrir. Con gran premura trepo al vehículo en cuestión para que con muchas más premura el chofer parta y yo termine sentado en las faldas de un señor que tiene más cara de verdugo de la inquisición que de gran amiguero. Con las disculpas del caso me retiro a mi asiento en la parte posterior a la que accedo con mucha dificultad; pese a que no soy lo que se considera alto. A la llegada debo aplicar mis innumerables tardes de jugar Tetris ya que por el casi inexistente espacio que hay, debo doblar las piernas y acomodarlas donde puedo más que donde quiera. A lo largo de la ruta el mini se llena hasta el copete y se aproxima el calvario… procurar salir desde la parte trasera del minibús. Disculpe, permiso – excuso a todos los que se atraviesan en mi camino hacia la puerta de salida pero, y parafraseando a mi amigo Piñas, ´el falso afán´ de la gente reina ya que con mover un dedo de la mano creen que podré soslayar la maraña de piernas que hay.
Al fin logro escapar de este transporte público para darme a la bochornosa tarea de darme cuenta que baje mucho antes de lo que debía y debo abordar un nuevo minibús”
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