El primer deber que la naturaleza impone al padre es cuidar, alimentar, guiar a los hijos e hijas, educarlos e instruirles con los principios de la moral universal; enseñarles a trabajar desde niños para que algún día sean útiles a sí mismos y a sus semejantes; sacrificarse por ellos, si fuera necesario, a fin de encaminarlos por la senda del prestigio, la virtud y la responsabilidad, base de toda felicidad.
Los hijos y las hijas tienen la obligación de agradecer, venerar al padre, cabeza y jefe del hogar, escuchar sus enseñanzas, consejos y atenderlo con paciencia en la vejez o durante alguna enfermedad que pudiera postrarle.
Los deberes para con los padres son: respetarlos, honrarlos, no avergonzarse de ellos, escuchar sus consejos reconociendo su mayor experiencia, ser indulgentes con sus debilidades, no ser indolentes. “Escucha, dócil y ufano, los consejos del anciano”.
Indudablemente existen buenos y malos padres. Los primeros son personas que trabajan con ahínco y sacrificio, sin desmayar ante el cansancio. Se preocupan por el estudio de sus hijos, desde la primaria hasta la universidad, para que al salir de esa casa superior de estudios sean profesionales, útiles a la sociedad. De la buena educación que otorgue el padre, depende el triunfo del hijo.
Los padres responsables no escatiman esfuerzo alguno, son conductores del hogar y la familia, piensan en el mañana, en el futuro de sus vástagos, se alejan de actos inmorales, como convertirse de la noche a la mañana en nuevos ricos, prefieren el trabajo honrado que inmiscuirse en la corrupción y la inversión de valores.
A los buenos padres se los debe considerar amigos, confidentes. Tienen sagacidad para sobrellevar y escuchar las inquietudes, ansiedades, preocupaciones y problemas de los adolescentes, señoritas y jóvenes expuestos a la vida moderna, cuando se consume alcohol y drogas sin reparo alguno. Es aconsejable corregir los errores con paciencia, tolerancia, sin recurrir al castigo corporal y moral, porque ¿quién no ha tenido errores en su juventud?
Cumplidos estos preceptos, los padres deben agradecer a Dios por haberles otorgado hijos que no se han extraviado ni pervertido con malas compañías; contrariamente, han sabido escuchar a los mayores, siguiendo el buen ejemplo paternal; ya que los hijos son el reflejo de los padres. “El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre”.
Se dado el caso de un padre que defendió el honor de su hijo, que por la inseguridad ciudadana fue victimado. Ante la injusticia, ya que el asesino estaba libre, el padre tomó un arma de fuego y vengó la muerte de su ser querido, luego la justicia lo envió a prisión.
Si hablamos del mal padre, es el que abandona a sus hijos, y ante la imposibilidad económica de su madre, se hacen cargo los abuelos. Estos progenitores irresponsables son amigueros, inclinados a la vida alegre sin trabajar. No reparan en la destrucción de su hogar, acuden presurosos a los tribunales para pedir el divorcio so pretexto de incompatibilidad de caracteres, riñas constantes, mentiras, infidelidad, y su pareja en resguardo de los derechos de la mujer, se obliga a tomar penosas decisiones. Estos hombres son señalados como los largados de la mano de Dios. Cristo no escucha a los que obran de mala fe.
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