Pueblos y gobiernos del mundo reiteraron permanentemente su respaldo incondicional a la paz mundial, pero en la hora de la verdad no dijeron “esta boca es mía” para defenderla ante las atrocidades que, en todos los tiempos, obstaculizan una convivencia que sobrelleve diferencias y tolere discrepancias.
En este marco la población mundial, que es de alrededor de siete mil millones de habitantes, vive con expectativa, minuto tras minuto, aquellos acontecimientos que lastiman, deterioran y vulneran sus trascendentales objetivos, en detrimento de la confraternidad de los pueblos con respeto y solidaridad.
Los que alcanzaron hegemonía política en el planeta no dudaron en atentar contra la paz cuando quisieron, movidos por intereses mezquinos de índole étnica, ideológica o económica. Sin medir consecuencias trataron de amedrentar e intimidar a los partidarios de la paz. Y el resultado fue derramamiento de sangre, luto, huérfanos e inválidos, como reflejo de la maldad humana. Ningún tratado ni acuerdo internacional pudo evitar dicha agresión, en un sistema no sólo bipolar sino también unipolar, con o sin “guerra fría”.
Cuanto más se requería de paz, tanto más fueron los peligros que la acechaban. Parece que un designio adverso ha intentado exterminarla, en desmedro de la pacificación. Ni los de derecha ni de izquierda tuvieron consideración con la paz mundial, pero ambos bandos en foros y reuniones se desgañitaron solicitando que no se atente contra los postulados humanitarios.
La paz mundial es un elemento fundamental para construir un venidero mejor, preservando la especie humana y sus instituciones representativas; para garantizar respeto recíproco, armonizar el curso de la historia mediante diálogo, entendimiento, tolerancia y libertad irrestricta.
La paz mundial es de interés común debido que todos los habitantes del planeta piden tranquilidad para cultivar valores, desarrollar sus actividades cotidianas a fin de alcanzar el progreso, lo que es un reto ineludible.
Los países pequeños y en vías de desarrollo, como el nuestro, no tienen capacidad suficiente como para frenar la agresión a la paz mundial, pero pueden aunar voluntades a fin de evitar que la sangre llegue al río, con la consigna de un alto al armamentismo, a la guerra e intervención. Sólo con acciones de esta naturaleza lograremos que la paz mundial se fortifique, ahora más que nunca, conforme aspiran nuestros pueblos.
En suma: gobernantes y gobernados, pequeños y grandes países, están conminados a cuidar y respaldar la paz mundial, contribuyendo, para ese cometido, con trabajo fecundo, con desarme espiritual y ganas de promover la cultura de la vida, pensando siempre en la tranquilidad de quienes vienen, cargados de muchas esperanzas e ilusiones. A ellos no debemos defraudarlos.
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