Reflexiones

Ajedrez (Segunda y última parte)

Por Marcelo Bidón


EL PORQUÉ, EL CÓMO Y LA HISTORIA DEL TEMA ELEGIDO

Al lado de los caballos se encuentran los alfiles. El alfil es una pieza cuyo nombre, a priori, nos dice poco, por lo cual debemos profundizar en su origen. Etimológicamente, la palabra proviene del persa y significa elefante.

Si repasamos la historia, recordaremos la importancia de los elefantes en las antiguas batallas. Anecdóticamente, digamos que se le llama “victoria a lo Pirro o pírrica” a aquel triunfo donde sufre más daño el vencedor que el vencido. El General cartaginés Pirro, dentro de otros, perdió la mayor parte de sus elefantes en esa batalla.

EL REY DEL AJEDREZ

Resulta de interés analizar las similitudes y diferencias entre uno y otro. Ninguno de los dos tiene habilidades y destrezas excepcionales. El Rey del ajedrez no puede dominar una fila, una columna o una diagonal, como lo hacen la torre, el alfil o la dama, conjunción de ambas piezas. Ni siquiera puede saltar, como su caballo. Apenas su destreza supera a la del peón. Mientras esta pieza avanza de a un escaque, y puede comer en los casilleros correspondientes a sus dos diagonales cuando avanza, el movimiento del Rey (y sus posibilidades de comer) se verifica en los ocho casilleros que le rodean (nuevamente el número 8).

El Rey es la pieza más rodeada, por delante su fila de peones y a sus costados las demás piezas. Está alerta y cuidando a los suyos, pero no actuando en primerísimo lugar.

LOS ROLES DE CADA SEXO

Vamos a hacer ahora una pequeña encuesta. Les pido que piensen en tres ajedrecistas, actuales o pasados. Ahora levanten la mano quienes pusieron, dentro de los tres ajedrecistas escogidos, a una mujer. Siendo un juego para el cual, a priori, no debieran existir diferencias de género, al igual que los conductores de taxi, la amplia mayoría de los profesionales son masculinos.

Estrategia e inteligencia son necesarias para conducir una partida de ajedrez. Atributos que pareciera se corresponden al género masculino. Todos los generales que conozco son hombres, desconociendo si alguna sociedad ha llevado ya a las mujeres al generalato.

Si ubicamos al ajedrez moderno en el medioevo, esta diferenciación por sexos tiene sentido. En los campos de batalla combatían los hombres. La estructura del juego es militar. Como en una fortaleza, los vértices se corresponden a las torres. En la primer fila de la lucha, los peones o piezas de “menor valor”. Rompiendo las filas del enemigo, la caballería. Cubriendo el campo, los elefantes (luego daremos otro significado al alfil). Y al lado de cada gran hombre en quien recae el poder una gran mujer: la dama.

Esta concepción machista no nos debe sorprender, pues se mantiene hoy en día en varios estratos de nuestra sociedad. La estructura de la iglesia dominante en el medioevo occidental mantenía el predominio absoluto de un género sobre el otro. La trilogía esencial que promueve se compone exclusivamente de género masculino. Los doce apóstoles, que debían reproducir las enseñanzas de Jesús y crear su Iglesia, eran hombres. Aún hoy día, en su vertiente mayoritaria, no se admiten las mujeres al sacerdocio, ni muchos menos pueden llegar a ser cardenales o papas.

Es hora de revisar este paradigma, válido para su época, pero no para la eternidad. Y muy fraternalmente estamos abocados a esa tarea.

LOS LINAJES

En su versión moderna, el ajedrez recoge los linajes o diferenciaciones de la estructura de clases del medioevo. En el último lugar de la escala, los peones. Y según lo alejado que se encontraban del rey, quienes cuidan las torres, seguidos de la caballería. ¿Pero quiénes son los adláteres del todopoderoso monarca? El alfil y la reina.

La reina es la única mujer del juego, con seguridad por ser la esposa del rey. Su lugar jerárquico no le es propio, ganado por su esfuerzo, sino relativo al que corresponde a su esposo. En el ajedrez moderno, a la reina se le denomina Dama. Según el diccionario, a esta se la define como “mujer noble o de calidad distinguida”. Tal vez por ser la esposa del Rey, la Dama es la pieza más valiosa y de mayor movilidad del juego.

Según el diccionario inglés, alfil es bishop, expresión que también significa obispo, al cual define como “clérigo cristiano de alto rango que organiza el trabajo de la Iglesia en una ciudad o distrito”. O reinado, nos preguntamos. La concepción dominante en el medioevo ponía a los representantes del poder celestial al servicio del poder terrenal. En el ajedrez, lo ladean y cuidan las diagonales.

LA IDENTIFICACIÓN DEL REY

De todas las piezas, los peones son los de menor tamaño, correspondiendo la máxima altura a la familia real (incluso son más grandes que los caballos o torres). La Reina, atributo que parece se le asocia a la mujer, demuestra su coquetería a través de su llamativa corona, con sus graciosas formas y llena de diamantes y piedras preciosas.

El Rey, en cambio, más circunspecto, tiene una cruz sobre su corona. ¿Y que simboliza esa cruz? Según se decía en la época, los reyes adquirían su calidad de tales por “la gracia de Dios”. Por tanto, en el Rey confluye el poder divino y el poder terrenal. No se lo podía desafiar, puesto que sería hacerlo con el propio dios. Esta asociación llevó al ascenso social del clero, clase privilegiada por excelencia del Medioevo, al punto que se indicaba que una familia de alcurnia, que se preciara de tal, debía tener un hijo sacerdote.

La concepción religiosa de la época implicaba la existencia de los preferidos, representados por la realeza y los títulos nobiliarios, en contraposición al vulgo o plebe, que se sometía a los dictados de la religión imperante y la estructura social que sostenía.

En ese marco, los clérigos eran portadores del conocimiento, al saber leer, escribir, y tener acceso a los textos de la época. Afortunadamente para el avance de la sociedad occidental, existieron gremios y logias, primero operativas y luego especulativas, que habilitaron a mantener y difundir un saber propio, no impuesto y cuyos objetivos no tendía a promover una estructura social injusta. Es comprensible entonces que quienes detentaban el poder, en sus vertientes terrenales o religiosas, se opusieran con fuerza al tríptico fundamental de Libertad, Igualdad y Fraternidad que acabaría con sus privilegios.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Nos rendimos ante la magia y enseñanzas del denominado juego ciencia. Como nos enseñan las escuelas iniciáticas, la casualidad no existe. Y en el ajedrez nunca gana el peor, ya que el azar no tiene lugar. Y si buscamos nuestro perfeccionamiento individual para alcanzar una sociedad más justa y solidaria, mediante el estudio de la ciencia y la cultura, invito a los Hermanos a desarrollar su inteligencia y estrategias, a través de la práctica de uno de los más excelsos juegos que haya creado el ser humano. (Montevideo, Uruguay).

ARGENPRESS.info

 
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