[Juan José Chumacero]

La cultura inmaterial en el cambio


Desde hace casi siete años los bolivianos esperamos que en Bolivia se den los “cambios” ofertados por el Gobierno, que garanticen un “vivir bien” como respuesta “democrática revolucionaria” a los gobiernos denominados de “derecha” o neoliberales, pero aquéllos no se los vislumbra. Es más, cada día el subjetivismo -insisten en ello- como tendencia filosófica se destaca en el proceso.

Este subjetivismo o cultura inmaterial, por el que el valor de todo juicio depende no de cómo las cosas se muestran, sino de quién juzga (“sujeto”), en desmedro de lo fáctico como hecho físico-material, se debe, entre otros, a la dependencia de las toponimias, cuyo sustento oficial basa su accionar en significaciones específicas, simples o “caprichosas”, asumiendo que la cultura (inmaterial) como los nombres, creencias, tradiciones, mitos, etc., se relacionan con lo físico-material del trillado “proceso de cambio”, que a estas alturas denota una triste ironía.

Los toponímicos se solazan por las interpretaciones (subjetivas) de los fenómenos, por ejemplo, Qala Quto o montón de piedras, Uma Jala o vertiente de agua, Pataka Amaya o cien muertos, Achachi qala o piedra vieja, muy parecidas a las consignas como “vivir bien”, “descolonización”, “despatriarcalizacion” u otras frases huecas inmateriales que: 1) describen o enumeran características del lugar o territorio, 2) los nombres y creencias (antropónimos) cobran sentido subjetivo, y 3) la valoración de ciertos elementos tiene origen en lo desconocido, pues con el transcurso del tiempo han dejado de ser entendidos. Entonces, la cultura inmaterial se patentiza en expresiones u consignas -simbólicas- como parte de la cultura intangible y folclórica, con las que se ha manifestado el Gobierno durante casi siete años.

El error es eximir que esta “cultura” no es una historia de una sola línea, ni es vista bajo un mismo lente; las formas de afirmación de la identidad son complejas, como confusa es la historia común de los pueblos construidos alrededor de varios ejes y compartida, dicen, por 36 “naciones” en oriente, valles y occidente, por ello su confusión. Sea como fuere, uno de los elementos principales de esta cultura es la lengua (madre) como el medio por el cual el patrimonio inmaterial se puede transmitir de una generación a otra.

En Bolivia, varias lenguas se encuentran en “situación crítica”, por su función insatisfactoria en la institucionalidad y administración de la superestructura. Esa es la razón para que la Unesco advierta y promocione la vigencia de estas lenguas “originarias”. Esta inmaterialidad no permite generar políticas -materiales- de fortalecimiento ante las necesidades de los bolivianos, pero se complementan con la dimensión principal de la Unesco, cuya política denota serios rasgos de una nueva forma de expoliación (caso TIPNIS) de la biodiversidad y donde el hombre (indígena), ¡qué importa la lengua!, es un elemento más de esa (expoliación) dimensión.

En consecuencia, cuando se habla de la cultura inmaterial en el cambio, no deben extrañar los innumerables bienes intangibles en los cuales se sustenta. El sociólogo Luis Simada (2010), estudioso de esta “cultura”, advierte que las comunidades tribales, etc., pueden ir desde la historia de una casa, pasando por la receta de la awicha para curar la gripe o los dolores musculares, hasta llegar a los bailes y fiestas tradicionales con sus respectivas procesiones, lo que conlleva las farándulas y su respectivo consumo de alcohol, que deriva en muchos caso en la inseguridad ciudadana.

Esta inmaterialidad sustenta una “recolonización” reconocida y aceptada como “usos y costumbres”, donde las tradiciones, las celebraciones como patrimonios intangibles tienen su propio significado, casi imposible de cambiar, que los vincula en una interdependencia y también contradicción constante con la cultura material.

En este panorama, el régimen desestima la cultura material del desarrollo que redefina paulatinamente su papel frente a la economía y al trabajo, como inductora de cohesión social frente a la cuestión de la diversidad -exclusora-. La cultura inmaterial insufla un empoderamiento de sectores virulentos que no aceptan las normas y los derechos humanos y constitucionales; por ello la desesperanza de los “linchamientos”. No reconoce la realidad económica (material), en consecuencia, no es causal la falta de políticas de Estado que abarquen múltiples aéreas como salud, educación, bienestar y acceso al empleo.

No insufla vitalidad a la gestión oficial, ¿acaso la excusa de la ONU a la invitación para que participe en la consulta (extemporánea) a realizarse en el interior del TIPNIS es casual? ¿La construcción de la casa grande del pueblo (Palacio de Gobierno) no obedece a este subjetivismo?, ¿los 1.406 conflictos sociales en 2011 no se deben, en parte, a los usos y costumbres inmateriales?

El autor es Director del Centro de Información, Servicios Educativos y Comunicación (CISEC).

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