Rodrigo Burgoa Terceros
Mientras que en una gran parte del mundo el 14 de febrero se celebra el día de San Valentín, en Bolivia es una fecha nefasta y llena de dolor, pues hace 133 años se perpetró una de las mayores injusticias en el planeta. Movido por una ambición sin límites, Chile invadió el puerto boliviano de Antofagasta, cometiendo crímenes y vandalismo contra la indefensa población boliviana.
El corresponsal del periódico “El Comercio” de La Paz en fecha 28 de febrero de 1879 relataba: “… las puertas de las casas eran derribadas a culatazos. Tanto los rotos como los soldados se precipitaban atropellando tiendas y almacenes, dando cuenta con todo lo que encontraban a su paso, lanzando gritos de triunfo, ebrios de licor y de sangre saquearon y mataron a cuantos seres hallaron en su desafortunada marcha, sin que los detuvieran ni los sollozos de los viejos, ni el grito de los niños”.
Han pasado 133 años desde dicho ultraje a la heredad patria. Este período ha estado caracterizado por los constantes intentos diplomáticos de Bolivia para recuperar los puertos marítimos cautivos; entre ellos se puede recordar el denominado “abrazo de Charaña”, protagonizado por los dictadores Hugo Banzer y Augusto Pinochet; el “enfoque fresco” propuesto por el gobierno de Víctor Paz Estensoro, y la Agenda de 13 puntos de la actual gestión gubernamental.
Sin embargo la respuesta chilena ha sido invariable, una constante negativa aseverando que nada pendiente hay entre el país araucano y Bolivia. Por el contrario, Chile continuó con los atropellos a la nación, desviando las aguas del río Lauca, las aguas del Silala y el río Isluga.
Además de negar los problemas pendientes con Bolivia, muchos chilenos se atreven a criticar la irrenunciable política de reivindicación marítima, tildándola como una excusa mediocre para justificar la poco desarrollada economía boliviana. Aluden que con el Tratado de 1904, rubricado por la fuerza, Bolivia cuenta con todas las facilidades para llegar al océano Pacífico y hacer las exportaciones que el país y sus empresarios requieran.
No obstante, dicha afirmación es una falacia más por parte de la diplomacia de ese país. Según estimaciones econométricas que hice, Bolivia pierde económicamente cada año cerca del 47% de sus exportaciones. En otras palabras, en el hipotético caso de que Bolivia exportara 10 mil millones de dólares americanos, contando con puertos propios habría logrado exportar 4.7 mil millones de dólares americanos más, en total 14.7 mil millones de dólares.
Calculando la pérdida económica para el período 1970 – 2009, para lo cual se cuenta con datos de las exportaciones, se llega a la conclusión de que en ese lapso se perdió 30.7 mil millones de dólares americanos. Para tener una mejor idea de la magnitud de lo que se pierde sin puertos marítimos propios, la cantidad que se dejó de percibir en esos 40 años representa casi 6 veces el monto que se exporta en épocas de bonanza, como fue el año 2008, por ejemplo. Es menester aclarar que esta pérdida corresponde a sólo 40 años de enclaustramiento marítimo, es decir el 30% de todo el tiempo transcurrido desde que el país araucano invadiera los puertos bolivianos.
Después de más de un siglo que Bolivia fue injustamente privada de sus puertos del Pacífico, las pérdidas económicas se las sigue sintiendo y no es una simple excusa del subdesarrollo económico, como muchos mencionan. El Gobierno debe continuar con las políticas acerca del tema, incluyendo el acudir a tribunales internacionales para solucionar esta centenaria injusticia. Hemos sido testigos de la constante evasión y negativa araucana a tratar el tema marítimo, pero nunca se debe renunciar a lo que nos pertenece por derecho.
Como sostenía el periodista que usaba el pseudónimo de “Bachiller Paulino”, del periódico “El Comercio” de La Paz de 1879: “No somos débiles, porque la causa de Bolivia es la causa de la justicia. Si la América nos abandona, la civilización nos protegerá. Si la justicia de los hombres nos abandona, la Justicia de Dios nos defenderá”.
El autor es economista.
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