Con sorpresa el pueblo boliviano se desayunó el lunes pasado, con la novedad de que el presidente Evo Morales amenazó “cerrar” la Embajada de Estados Unidos, con el argumento genérico -pero no general- de que esa misión diplomática sigue “molestando”. El texto de la declaración del mandatario dice: “Quiero advertir públicamente, no tengo ningún miedo. Si otra vez la Embajada de Estados Unidos sigue molestando a Bolivia, como está haciendo hasta ahora, mejor cerramos la Embajada de Estados Unidos” (sic).
Como es sabido, la conducción de la política internacional del país está establecida en el Artículo 172 de la Constitución Política del Estado, la misma que expresa, entre otras, las siguientes atribuciones específicas: … “4) Dirigir la política exterior; suscribir tratados internacionales; nombrar servidores públicos diplomáticos y consulares de acuerdo a ley; y admitir a los funcionarios extranjeros en general”, debiendo guardar respeto absoluto a los tratados internacionales, a todos los cuales Bolivia prestó su apoyo y aprobó en forma solemne en convenciones de alto nivel internacional.
La opinión de referencia se produjo en un concilio de la tienda política, actualmente inquilina precaria del Palacio Quemado, acto efectuado en Cochabamba para enfrentar contradicciones internas en el Gobierno del sexenio y, de acuerdo con la Cumbre de diciembre, tomar medidas para “profundizar el cambio”. Casi al mismo tiempo, Evo Morales había declarado que la DEA “sigue operando en Bolivia”, noticia también no menos sorpresiva, más aún cuando esa oficina norteamericana fue expulsada del país hace años y acerca de la cual toda la alta jerarquía burocrática del estado proclamó que “nunca más volvería a Bolivia”.
La opinión presidencial acerca de “cerrar” la Embajada de Estados Unidos no se sabe cómo cayó en el mundo diplomático ni en las esferas de la política internacional. Sin embargo, haciendo alguna deducción es posible que hubiese sido recibida con preocupación y hasta con la idea de que se trataba de un “error”, como prolongación de anteriores actuaciones públicas en las que se recordó las coplas del carnaval que se convirtieron en argumento para mostrar a Bolivia como el “hazmerreír” continental o bien aquella otra manifestación de profunda sapiencia jurídica y base del delito de prevaricato, que emitió un magistrado en sentido que sus sentencias judiciales se basaban en consultar temas constitucionales con hojas de coca.
Esas opiniones actualizaron otras anteriores declaraciones, como aquella en sentido de que las piedras tienen sexo, que los niños deben mascar coca en vez de tomar leche o bien que la papalisa es un estimulante sexual, según la iluminada visión cósmica del canciller David Choquehuanca, emitida nada menos que en Naciones Unidas (Nueva York).
Pero lo más notable del problema diplomático extra protocolo y tal vez docta sugerencia de algún asesor, abogado o abogada, del primer mandatario, que se guía por la sabia “diplomacia de los pueblos”, fue que al día siguiente de la amenaza de “cerrar” la Embajada extranjera, el mismo vicecanciller (y no el Canciller, como correspondía) se encargó de aclarar, en forma indirecta, las opiniones del timonel del Estado y encargado de dirigir la política exterior.
En efecto, el vicecanciller, mondo y lirondo, desmintió al Presidente y aseguró que “Nos encontramos con Estados Unidos en una etapa de reconstrucción de confianza…”, declaración antagónica a la advertencia presidencial y que podría producir una purga administrativa o una crisis ministerial, en el peor de los casos.
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