Desde hace mucho tiempo, y mucho más con el actual gobierno desde el año 2006, nos negamos sistemáticamente a vivir realidades. Sabemos, desde siempre, que, por principio, el ser humano debe vivir por su esfuerzo, dedicación al trabajo, logro de riquezas con miras a mejorar sus condiciones de vida, desarrollar y progresar no sólo en bien propio sino del país en que vive. Estos principios han dado lugar a que poblaciones íntegras se hayan trasladado de un país o de un continente a otro con miras a remediar situaciones álgidas. Los casos son muchos y para muestra bastaría nombrar a los Estados Unidos - conglomerado de razas, idiomas, religiones, culturas, profesiones, industriales y obreros, ricos y pobres y, con bastante frecuencia, ignorantes y sabios que han emigrado a tierras extrañas que les ofrecía nuevas oportunidades -.
Países de la mayoría de los europeos y parte de los asiáticos han tenido las mismas políticas o, mejor, adoptaron semejantes conductas para ser diferentes, cambiar, encontrar riqueza y abandonar estados graves de pobreza. Lo han conseguido y, en la mayoría de los casos, con resultados excelentes hasta llegar a la cima de un bienestar digno de imitarse, aunque, hasta ahora, no se han vencido muchos estados de pobreza extrema.
Países del Tercer Mundo -nada o poco se puede decir de aquellas naciones que aún están en un Cuarto Mundo- como el nuestro, también encontraron nuevas perspectivas y posibilidades para hacer realidad sus esperanzas; los más, alcanzaron -especialmente con políticas migratorias, educación y logro de buenas condiciones de salud- salir de situaciones difíciles. Otros -caso de Bolivia- tan sólo por falta de decisión, dedicación, educación y políticas realistas y concordantes con las urgencias y necesidades de la población, dejamos todo “para después” o “para cuando se den las condiciones”. Esas condiciones no hemos sido capaces de crearlas y perfeccionarlas tan sólo por aplicar el “dejar hacer y dejar pasar” en espera de mejores tiempos o que éstos corrijan lo malo que hicimos; hemos dejado que la pobreza se sobreponga a cualquier intento, vocación, criterio o voluntad para vencerla. Hoy, nos encontrarnos ante situaciones que son inimaginables en relación con lo que alcanzaron países que estaban en peores condiciones.
En primer término, y reprochable para gobernantes y gobernados, es que estamos atenidos a la subvención, a que el gobierno -en representación del Estado que somos todos-, pague lo que todos deberíamos abonar, atienda nuestras obligaciones y ponga la cara y la voluntad para vencer a la pobreza. Las subvenciones nos crean menos posibilidades para superarnos y no podemos avanzar ni en educación, salud, generación de riqueza y creación de empleo. De alguna manera, y tal vez inconscientemente, cumplimos el lema: “contar con ayudas y comprensión de países amigos e instituciones internacionales”; es decir, nos atenemos a los limosneros que son los que tienen mucho o, en casos, cuentan con sobrantes de sus presupuestos para donarlos a los países pobres, mendicantes y sin posibilidad de salir de la pobreza por el propio esfuerzo. ¿Hasta cuándo la práctica y sostenimiento de estas políticas? ¿Por qué no utilizar nuestra propia capacidad para enfrentar realidades? ¿Hasta cuándo educación y salud serán los benjamines de presupuestos infinitamente inferiores, a los de Defensa y Ministerio del Interior cuando debería ser lo contrario?
Hay muchas preguntas que debemos hacernos y responderlas con honestidad y responsabilidad; mientras no se haga ello, será imposible salir del estancamiento, del marasmo en que nos hemos acostumbrado a vivir. Lo grave es que las cómodas posiciones de “recibir siempre” y “estirar la mano para nuevas ayudas” que han practicado la mayoría de los gobernantes - desde la creación de la República hasta el gobierno actual-, nos han quitado las posibilidades de decir una sola palabra: ¡Basta! Y empezar como si hoy hubiésemos iniciado nuestra vida. Las subvenciones, mientras continúen, nos llevarán a mayor pobreza y dependencia. Sólo el trabajo, la educación y la responsabilidad con lo que somos y hacemos nos sacarán de la profunda sima en que nos encontramos. ¿Será palabrería o majadería sentir lo dicho? Cada uno, conciencialmente, sabrá cómo responder.
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