Crónica de una causa perdida



El título de esta nota editorial no es exagerado, pues la bebida no sólo es un hábito sino que lamentablemente forma parte de la cultura nacional, resultando ilusorio que una ley -sin duda imbuida de buena intención- prohíba el consumo de alcohol en calles y plazas. No es la primera disposición en la materia, existen ordenanzas municipales en ese sentido, pero nadie se toma la molestia de hacerlas cumplir. No basta prohibir la borrachera en la vía pública porque este vicio se extiende dentro y fuera de las viviendas. Se debería estudiar los medios para ir más allá.

Restringir la importación de licores y enfrentar con energía la lucha contra el contrabando, limitar la producción nacional para consumo interno y promover la exportación mediante el mejoramiento de la calidad del producto. Limitar el horario de bares, cantinas, restaurantes, chicherías, discotecas, pubs, clubes nocturnos y controlar el rentable negocio de las “licorerías” y su proliferación, si bien, además, las bebidas se las expende en los “mercados negros”, abastos, supermercados, etc. Tampoco se puede dejar de mencionar la fabricación clandestina de bebidas, sin duda la más nociva a la salud.

La ley en proyecto ha sufrido la primera limitación antes de nacer, cuando el consumo de alcohol será permitido “en las fiestas patronales y festividades folklóricas”, según manifestó nada menos que el ministro de Gobierno, Carlos Romero. Feliz pero muy lejano está el día y la noche en los que no veamos grupos bebiendo en calles y plazas, y lamentaremos que ninguna autoridad tenga la capacidad suficiente para hacer cumplir tan bonita disposición o que pase más pronto que tarde al olvido como otras semejantes.

Existe un comercio libre de alcohol en Bolivia, no obstante ser causa de crímenes diversos, accidentes de tránsito, colisiones de vehículos y poderoso motivo de disolución de hogares y mal ejemplo a los hijos. No hay conciencia de que la bebida es una droga como el resto de alcaloides y estupefacientes y merece un régimen especial.

Decimos que la bebida alcanza una magnitud cultural, sencillamente porque se manifiesta en todo acto de la vida social, inclusive en los velorios. Prestes y las frecuentes entradas, ni qué decir el carnaval, las “challas”, Todos Santos en el campo, así como la siembra y la cosecha no se los concibe sino es en dimensión alcohólica. Otro tanto de esta cultura de mayor arraigo en las clases populares, son las festividades patronales y barriales, que sólo en la ciudad de La Paz cubren prácticamente los 365 días del año, a lo que se añade los aniversarios de los distintos oficios y otros parecidos.

En semejante escenario no es raro que los menores -varones y mujeres- accedan tempranamente al vicio. Redadas nocturnas no dejan de encontrarlos ebrios en bares, cantinas, discotecas, etc. La ley sobre este particular debe regular puntualmente la propaganda de bebidas que tan decisivamente influye a través de los medios audiovisuales a nivel juvenil y lo hace en largas campañas publicitarias. Sin ir lejos, al respecto, recordemos la campaña preparatoria del reciente carnaval.

La tarea es, pues, enorme, lo que da cuenta que una ley no será suficiente. En el continente nos ubicamos como uno de los países de mayor consumo de alcohol, sino somos el primero. La venta de cerveza -bebida favorita- alcanza montos económicos impresionantes. No en vano existen varias industrias que la producen. Un factor de disminución de este hábito malsano es la educación en la medida en que incida sostenidamente, pero los frutos se los podrá ver después de algunas décadas. Se debe esperar, en primer lugar, el cambio de hábitos de las familias y que las costumbres tan arraigadas cedan a los moldes modernos de vida y encuentren otros espacios de expansión material y espiritual.

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