Extractivismo y desarrollo

Juan Diego García

Parte II

Como estrategia, jugarlo todo a exportar materias primas (y mano de obra) resulta demasiado arriesgado y cuenta con antecedentes nefastos. En el fondo, esa ha sido la dinámica principal desde siempre de estas economías de vocación complementaria, socios menores y desechables de las economías metropolitanas. La supuesta división racional del trabajo a nivel mundial entre países ricos y países pobres ha condicionado en buena medida la dependencia, el atraso y la pobreza de éstos últimos y la prosperidad y desarrollo de los primeros. No por azar se habla de un proceso de nuevo colonialismo, producto de las políticas neoliberales impuestas por el capitalismo internacional a la periferia pobre del planeta. No hay motivos para pensar que ahora será diferente de entonces.

Tampoco debe extrañar que la población reaccione de manera tan radical y vehemente oponiéndose a estos proyectos mineros, petroleros, de grandes hidroeléctricas, de explotación de bosques y extensión febril de las grandes haciendas sobre la economía campesina tradicional o inclusive en contra de la construcción de vías de comunicación y otras obras de infraestructura.

La amarga experiencia (pasada y reciente) y los hechos cotidianos de la actualidad muestran cómo las compensaciones a las comunidades -cuando se dan- siempre son infinitamente menores que los perjuicios ocasionados; los controles de las autoridades sobre las empresas (por lo general grandes multinacionales) son mínimos o sencillamente inexistentes, de forma que abusan de los trabajadores, envenenan el medio ambiente, evaden de mil maneras el pago de impuestos y la satisfacción de diversas obligaciones (solemnemente asumidas a la firma de los contratos de explotación), fomentan aún más la tradicional corrupción de los funcionarios, y cuando han saqueado a placer los recursos, se van en búsqueda de “nuevas oportunidades” dejando la naturaleza destruida, el paisaje desolado, los obreros silicosos, las poblaciones enfermas y el país huérfano de recursos con que emprender su propio desarrollo. Eso sí, los beneficios de las empresas alcanzan niveles de escándalo y los cómplices locales (gobernantes, funcionarios y demás) enriquecidos a costa de los intereses de su propio país.

Al parecer, desde que comenzó en firme la explotación del petróleo hasta la crisis de 1973 cuando los países productores mediante la OPEP impusieron nuevas condiciones y nuevos precios, el barril del crudo se pagó a precios irrisorios (un dólar o menos) de manera que los países pobres estuvieron financiando generosamente el desarrollo de las grandes potencias industriales del Siglo XX a costa de su propia pobreza. ¿Sorprende la dura oposición de Occidente a los gobiernos nacionalistas que intentaron -a veces con éxito- recuperar el control de sus recursos naturales?

No se trata, pues, de oponerse al progreso. Los movimientos populares en todo el continente entienden muy bien cuál es la dinámica del “extractivismo” y en qué medida les amenaza. Es posible que no alcancen a formular de manera académica toda la complejidad del asunto, pero la experiencia les enseña que nada bueno se avecina cuando llegan las grandes empresas con su discurso de “desarrollo” y sus amenazas de desplazamiento, cuando aparecen militares y policías (o paramilitares como en Colombia) asegurando “el orden”.

Sólo la extensión y consolidación de las formas de gobierno democrático (tan recientes en algunos países y tan escasas en el resto) harán posible que se decida de manera adecuada la forma de explotar los recursos naturales de la región. Sólo así se podrá decidir con criterio nacional en qué medida esos recursos van a fortalecer los proyectos de un desarrollo equilibrado y dinámico y cómo han de resolverse las inevitables contradicciones entre las formas concretas de la modernidad y las formas tradicionales, sin destruir el medio y sobre todo sin sacrificar a las poblaciones.

En todos los casos, aquellos procedimientos estatales que generan los actuales conflictos dan razón al dirigente indígena panameño que afirmaba, “este desarrollo me empobrece”. Por desgracia para no pocos -sobre todo los pueblos originarios- no se trata tan sólo de verse condenados a una mayor pobreza sino a su misma desaparición física.

Caballo Loco cabalga de nuevo.

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