Cómo no me gustaría escribir sobre mis recuerdos de la vieja Santa Cruz, de La Paz hermosa que conocí siendo muy joven y adulto también, o de los clásicos que más me impresionaron cuando hacía la secundaria en Chile, de los personajes que influyeron en mí, de las ciudades donde viví y aprendí cosas, de mis padres en el exilio, de mi familia que crece cada día, de la maravillosa literatura americana mágica y rica; y sin embargo nuestro triste pasar cotidiano no hace sino revolverme la bilis como a tantos compatriotas. ¿A quién le importa leer en un periódico anécdotas o historias divertidas cuando no puede ni salir de su casa porque en su puerta o a pocas cuadras están los bloqueadores? ¿Qué importa García Márquez ni Marai ni Némirovsky, si lo que la gente quiere es saber hasta cuándo va a durar este calvario? Porque, no se crea, las personas se sienten agredidas, afectadas en el carácter, sienten impotencia si no pueden circular, si no pueden llegar al trabajo a tiempo, ni planificar nada.
Lo escribí hace muy poco: en Bolivia la mitad de la gente trabaja y la otra mitad bloquea. Media Bolivia se moviliza desde tempranas horas y la otra mitad está sentada coqueando y gritando hasta entrada la noche. La mitad produce y la otra mitad exige. La mitad paga impuestos y la otra cree que el país le debe pagar todo. ¿Y por qué nos sucede este drama a nosotros y no al resto de las naciones? Porque en Bolivia hubo -y existe todavía- un concepto errado de lo que es el estado de derecho. No hay una cultura democrática. Hemos creído los bolivianos que llegada la democracia había que ajustar cuentas con el pasado pero estamos malogrando el futuro. La democracia se está devorando ella misma en un auto-canibalismo. Ya no debería importar el pasado fáctico de si Banzer está muerto, Natusch también, y García Meza en la cárcel. Hay que darles palo de vez en cuando en la tele y es suficiente. Ahora que no hay quienes puedan golpear, importa “vivir bien” en una dudosa democracia a la que tienen acceso unos cuantos, y el resto, indios, mestizos, blanquitos, morochos, que se las arreglen como puedan. Y se las arreglan haciendo culto al ocio democrático. Eso es lo que vivimos en Bolivia: el ocio democrático.
A la miseria que no cede pese a la propaganda oficial, a la falta de empleo, a la ausencia de gestión estatal, se suma el paro a lo largo y ancho del país, porque el desencanto ciudadano siente que algo se le anuda en el cuello como cuerda de ahorcado. La decepción de quienes acudieron a las urnas a votar por el “cambio” aumenta día a día y la desesperanza, después de años de confiar en tiempos mejores, los echa a las calles. Y a los pobres campesinos los lanza a los caminos. Es así, por desesperanza a veces, y por malos ejemplos también, que en Bolivia la gente no vive en paz, que despierta el día maldiciendo su suerte, que su mente se va anarquizando, porque deplora el pasado, odia el presente, y no ve luces para el futuro.
En todas partes del planeta se producen manifestaciones cuando existen protestas justificadas y también regocijos. En Nueva York, como en París o Madrid, se ve concentraciones, pero por algún motivo que mueve a la gente invadir las calles. Se reclama por alguna injusticia o se celebra un éxito deportivo.
Mas nuestras marchas, paros “movilizados” y bloqueos son intolerables. Recién ahora S.E. y el MAS se dan cuenta de que la escuela del bloqueo se ha convertido en una epidemia que ha brotado en el Chapare, pero que contagió a toda la nación. Es la peste boliviana que se extiende imparable y que ha tomado todo nuestro organismo social. Si por algo van a ser recordados S.E. y el MAS será porque impusieron la ley del bloqueo, porque el bloqueo los llevó al poder y porque parece que también los puede tumbar. Esa plaga será más difícil de erradicar y provocará más víctimas que la viruela, la lepra o el paludismo.
La Paz desde hace mucho está sufriendo con las marchas y las huelgas, es cierto. Toda protesta culminaba injustamente en rondas y estribillos trillados por El Prado o bullicio por la Plaza Murillo. Hoy se suman, además, los desmanes que se producen en El Alto. Al bloqueo de las mil esquinas en El Alto, por un asunto de tarifas en el transporte, cuando se bloquea hasta el aeropuerto internacional, se agregan los cañeros de Bermejo, los médicos, los padres de familia, las víctimas de las dictaduras y mejor dejar de contar. Pronto aparecerán nuevamente los indígenas del TIPNIS, ahora apoyados por la COB.
En Cochabamba también hay bloqueos y paros por límites entre municipios, lo que es primitivo. Y en Tarija lo mismo en otro aspecto. Y en Potosí y en Oruro. Y dicen que Santa Cruz, que no era parte de la “cultura” del bloqueo, ahora sufre más despelotes que La Paz. Esto de Santa Cruz es algo insufrible, ya no se puede aguantar. Todo se trata de arreglar aquí con paros y trancas. En Santa Cruz, la peste boliviana ha pegado con mayor fuerza que en otras ciudades a medida que se va poblando de enloquecidos bloqueadores.
La libertad sin orden es un simple libertinaje y diciendo eso no estamos descubriendo la pólvora.
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