Surrealismo legal y la terca realidad


Que la realidad supera con creces a la imaginación más desbocada, es una afirmación que de tanto corroborarse con los hechos, muchas veces es olvidada. Sin embargo, esa imaginación es muchas veces peligrosa, justamente porque ignora la realidad. Estas vueltas son el preludio a una pregunta, que sin más prolegómenos se las lanzo: ¿quién será el inventor de la Ley del Órgano Judicial? La pregunta es válida, pues este fantasioso sujeto debería salir a la palestra, sea para recibir los plácemes de una nación agradecida (o de varias, ya que somos plurinacionales) o la lapidación bíblica por sus mamarrachadas, según sus denostadores.

Antes de entrar al hueso del asunto, razonemos juntos un poco. ¿Usted puede definir la manera que tenemos de ser como bolivianos? Seamos vallunos, del llano o del altiplano, los bolivianos tenemos diferentes formas de ver la vida. Es evidente que aquí juegan los estereotipos, es decir lo preconcebido. Antes que cualquier lector furibundo quiera darse por ofendido, aclaremos, estamos hablando de nuestras ideas comunes y básicas sobre la manera en que somos. Los del llano u orientales, francotes casi hasta la grosería. Los vallunos odiadores, así se queden sin pan ni pedazo. Y los altoperuanos, los del collado, tercos y leguleyescos.

Ya dije, se trata de una generalización, así que nada de que me discriminan, o cositas así. Si usted es de cualquiera de estos lados, pero actúa totalmente contrario a estos conceptos, bien por usted, y sáquele brillo a la aureola, pues ya tiene un cierto olor a santo.

Para los demás, que aceptan esta realidad va el resto de las líneas. Ocurre que en nuestro país, existe una admiración por lo extranjero y un desprecio por nosotros mismos, dignos de que los pocos millones que somos pasemos algunos días o tal vez meses en el diván del siquiatra. Tendemos a sobrevalorar lo que llega de afuera, o nos vamos al caso contrario, y pretendemos que nuestras decisiones económicas son más importantes que las de Wall Street. Ambos extremos son irreales

Desconocemos el término medio -salvo de la carne en los asados- y vamos de la extrema izquierda guerrillera, a la más fascista de las derechas políticas. Volviendo a nuestro autor de la ley de marras, la del Órgano Judicial, ocurre que no tiene idea de que cuando cambas, collas y vallunos se meten en pleitos, es porque no pudieron arreglarlos con cerveza o a bala, o porque jamás darán su brazo a torcer o, finalmente, porque los bolivianos, quiérase o no, no podemos dejar atrás los papeles sellados, los notarios y toda la fauna leguleyesca que crece en cantidad, en torno de ese título de épocas pasadas, el doctor en derecho.

Para quienes hacemos de tarea diaria el escuchar los preludios de los procesos judiciales, donde la gente recurre al abogado para ver la manera de fregar al prójimo, o encontrar el modo de no pagarle a su acreedor, o el camino para burlar el testamento de la tía, el pretender que estas personas puedan sentarse a dialogar y llegar a soluciones vía conciliación, es casi surrealista. Es pedir peras al olmo. Es rascar vidrios. O cositas así, que vienen a cuento por su gran dificultad y por su casi imposibilidad.

Pero el autor de esa ley prefirió pasar por alto todo ese saber, la realidad de la mala leche de la mayor parte de los litigantes y pretender que todo proceso pase por una etapa dizque de “conciliación”, que ignora cuán perversos, tercos y enconados somos los bolivianos, o al menos los que andamos en pleitos, o al menos, los más malitos de esos.

Basta asistir a una de las audiencias de asistencia familiar, que ahora ocupan todas las mañanas y tardes de los jueces de familia. La acritud que remplaza al amor de la relación al inicio, muestra que la reconciliación es una suposición absurda.

Trate de meter en esta realidad, en nuestra manera de ser, a los famosos conciliadores. ¡No entra! Se está creando una nueva manera de retardar aún más la justicia y nadie dice nada. La conciliación es un espejismo en el que sólo creen los que no trabajan en litigio, en el día a día y en los tribunales. Pero, ¿quién escogió a este inventor de la ley? ¿De dónde lo trajeron? ¿De Marte? ¿De dónde es este nuevo lote de desconocedores del país? Y así vamos de tumbo en tumbo, cambiando el nombre a las cosas, creyendo que así hemos cambiado la realidad. Hasta que ésta nos despierta de nuestras ilusiones.

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