Un tesoro encontrado en el mar que pertenece a Bolivia

• El trasfondo histórico del mineral encontrado en la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes”. España tiene una obligación moral con Potosí, ciudad que la sostuvo económicamente por dos siglos y medio.


La fragata española hundida por los piratas británicos con el tesoro incluido. Hoy Bolivia reclama esas monedas que salieron de Potosí.
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Por Clovis Díaz (1a. parte)

La Paz, EL DIARIO.- El 18 de mayo 2007, la empresa estadounidense Odyssey Marine Exploration, informó públicamente que había descubierto, en el fondo marino ubicado entre Portugal y Cádiz, una fragata española proveniente del Nuevo Mundo. La nave, había sido hundida por la flota británica en 1804 y en su forzado descenso al abismo, sirvió de mortaja y sepulcro a los tripulantes, amén de arrastrar consigo un fabuloso tesoro valorado en 500 millones de dólares.

De inmediato, el Ministerio de Cultura de España, inició un proceso judicial ante el Tribunal Supremo de Estados Unidos, reclamando la devolución del tesoro existente en la fragata “Nuestra Señora de las Mercedes”, alegando que la nave no era mercante, sino un buque en servicio militar cuyo objetivo, en el instante de su hundimiento, fue el de proteger al Estado Español, según el portal-web “Que!”

El preciado cargamento de la fragata, encontrado por la empresa Odyssey, contiene, entre otros tesoros, 594 mil monedas de oro y plata equivalentes, reiteramos, a 500 millones de dólares actuales y al parecer, cuando fue atacada por la armada británica estaba a punto de llegar a su destino. “Nuestra Señora de las Mercedes” había zarpado del Callao, Perú, transportando en sus bodegas 14 toneladas de oro y plata provenientes en su mayoría de Potosí.

El Tribunal Supremo de Estados Unidos, después de casi cinco años, falló en favor de España contra la empresa Odyssey basándose en que los principios de inmunidad soberana, se aplican a los barcos de Estado de todas las naciones del mundo y que el caudal encontrado en el mencionado buque debe ser devuelto a España.

El origen del abultado tesoro - ¡más de medio millón de monedas de oro y plata!- nos remite a la Villa Imperial de Carlos Quinto: Potosí y su famoso Cerro, bolsón inagotable de plata.

En 1532, había caído el “Imperio de los Incas”. Una guerra civil entre los hermanos incas Huáscar y Atahuallpa, propició la victoria de las fuerzas coloniales comandadas por Francisco Pizarro, marcando el fin de aquel sistema comunitario que, a su vez, presentaba indicios de gran división en la clase de “los orejones” y anunciaba ya, el surgimiento de la propiedad privada, reñida con el modelo socioeconómico en desgracia.

El Alto y BajoPerú, pasaron a dominio colonial. Trece años después, en 1545, indígenas redescubrieron mineral de plata en las faldas del Potosí (Sumac Orko), comunicando el hallazgo a los españoles. El Cerro Rico, empezó a ser explotado a partir de 1587 y sus primeras vetas argentíferas fueron “La Centeno; “La Mendieta”; “La Rica”; “La Estaño”, etc.

MITA Y ENCOMIENDA

La explotación de las minas de plata del Cerro Rico, precisó numerosa mano de obra nativa capturada por la Colonia mediante leyes o por la fuerza, entre las comunidades indígenas del AltoPerú (hoy Bolivia).

Dos instituciones sirvieron para la explotación de las minas y la producción artesanal de telas y otros productos de la tierra en las haciendas: la “mita” y la encomienda. El incanato, había creado la mita, institución precolombina que obligaba a los habitantes de los cuatro puntos cardinales del Imperio de los Incas: Tahuantinsuyu, a pagar un tributo en trabajo personal en obras públicas que beneficiaba a las comunidades.

La mita fue asimilada y utilizada en beneficio de la corona española y de sus súbditos en América. Particularmente en el AltoPerú, los “mitayos” trabajan gratuitamente en minería, construcciones, haciendas, pastoreo de ganado, en los tambos, en los “obrajes”, etc.

La “encomienda” traída de España, otorgaba al jefe militar o gobernador a “encomendar” indios para su adoctrinamiento en la religión católica. Los indios encomendados, supuestamente eran vasallos del Rey de España, sin embargo, la encomienda significó para los nativos la pérdida de sus tierras comunitarias y absoluta dependencia de los encomenderos.

En su obra “El primer nueva crónica y buen gobierno”, Felipe Huamán Poma, en 1615 denuncia el abuso de los encomenderos en el Perú virreinal: “El encomendero hace ahorcar al cacique principal Juan Cayanchiri”. En la ilustración realizada por el indio cronista y dibujante -como lo llama el intelectual peruano Abraham Padilla Bendezú - se ve a dos encomenderos sonrientes comentando la muerte del mencionado cacique, ahorcado en un poste de piedra, amarrado de pies y manos, pero sosteniendo, irónicamente, un crucifijo… (Ver “Huamán Poma, el indio cronista dibujante”, Fondo de Cultura, México, 1979).

LOS OBRAJES

Los “obrajes” especie de fábricas de telas destinadas al consumo de españoles, ocuparon el trabajo indígena bajo condiciones de esclavitud. Vaya un ejemplo. En una visita a los centros obrajeros de la Audiencia de Charcas a la ciudad de La Paz, en el año 1623, Mary Money, autora del libro “Los obrajes, el traje y el Comercio en la Audiencia de Charcas, colección Arzans y Vela, 1983, afirma: “En la visita al Obraje de Sebastián Chirino (en La Paz), se encontraron cárceles en las cuales habían indios, realizando tareas de los obrajes, engrillados por los pies”.

La producción de telas, casi en su totalidad, era consumida por los vecinos españoles en Potosí y otras ciudades del AltoPerú.

EN LAS MINAS

DE POTOSI

En los profundos y aterradores socavones del Cerro Rico, la vida de los indígenas “mitayos” –entre los 18 y 50 años de edad— no valía un céntimo. De acuerdo a las ordenanzas reales, a mediados del Siglo XVII, 4 mil 200 mitayos estaban obligados a trabajar en los pavorosos socavones.

Un grato español, el Conde de Lemos, noviembre de 1669, escribió una carta al Rey de España, relatando lo que había visto en el sistema de las mitas de Potosí: “De las muchas tiranías y agravios que padecen los indios, es la mayor obligarles a que trabajen de día y de noche en la mina de Potosí y no salga de ella hasta el sábado. Entre Vuestra Majestad en consideración cómo quedará un indio que, metido entre frialdades y el agua que están vertiendo las minas, trabaja todo el día en lo profundo de la tierra, con una barreta de 20 a 25 libras, demostrando la dureza de aquellos peñascos y le obligan a que trabaje de noche. ¿Cuándo descansa este indio? ¿Cuándo duerme? No hay nación en el mundo tan fatigada. Yo descargo mi conciencia con informar a Vuestra Majestad con esta claridad. No es plata la que se lleva a España, sino sudor y sangre de indios. Y así luego que tuve la noticia de este exceso le he mandado a corregir y aunque el Corregidor se me ha hecho fuerte, proponiendo diferentes razones para no obedecerme, se lo he vuelto a mandar con graves penas, advirtiendo que por medios ilícitos no quiere Vuestra Majestad, todos los tesoros del mundo”.

Otro estudio sobre el mismo tema, en la pluma de Luis Peñaloza Cordero, boliviano, expresa: “Por lo general, el trabajo en interior de las minas era ininterrumpido. La jornada corriente de los mitayos era de 36 horas; el alumbrado se hacía a vela o con mecheros de sebo, obtenido de vaca, oveja o llama. El mineral extraído casi siempre a golpes de barreta –el uso de explosivos fue siempre muy limitado y sólo se conocía la pólvora negra –era sacado por “apiris” o “japiris”, indios que lo transportaban en la espalda, subiendo por escalas de cuerda (o cuero), hasta la cancha (patio) de la mina.

“Saca un hombre –dice el cronista Padre Acosta -carga de dos arrobas atada la manta a los pechos y el metal que va en ella, a las espaldas; suben de tres en tres. El delantero lleva una vela atada al dedo pulgar, para que vean, porque como está dicho, ninguna las hay en el cielo. Rara vez se alumbraba el interior de las minas ni se atendía en cualquier forma a la seguridad de los operarios”. (Ver “Nueva Historia Económica de Bolivia, La Colonia” de Luis Peñaloza Cordero, Editorial Los Amigos del Libro, 1981).

El “yanaconaje”, servidumbre indígena en propiedad o casa de latifundistas y hacendados, fue considerado por la masa nativa, como un escape a la cruel mita. El mitayo y su familia huían de las minas o en su defecto era secuestrado como trabajador sin salario alguno. A cambio, recibía del hacendado una parcela de tierra, generalmente pobre. Debía prestar sus servicios de por vida al “wiracocha”. Sin embargo, prefería mil veces convertirse en yanacona –especie de esclavo— antes que morir en los socavones de las minas de Potosí.

TECNOLOGIA INDIGENA

En principio y mientras se explotaba plata fina de alta ley, llamada “millma”, la producción era fundida rudimentariamente en unos pequeños hornos portátiles (wayras), invención precolombina, trabajados en barro. Tenían agujeros pequeños por una parte y por otra, agujeros mayores, de modo que el viento fuerte de las faldas y cumbre del Cerro Rico de Potosí, soplaba insistente, el fuego encendido por los nativos.

En estos recipientes, se fundía el mineral de plata. Estaban diseminadas en el famoso Cerro, ardían alrededor de 15 mil wayras, en la época de mayor apogeo del Potosí, produciendo plata blanca fundida y plata “tacana” de alta ley.

CASA REAL DE LA

MONEDA DE POTOSI

En el año 1568, las autoridades españolas, sugirieron a la Corona, la edificación de una casa dedicada a la fabricación de monedas de oro y plata. Cuatro años después, fue una realidad la construcción de la primera casa de acuñación.

Ante la enorme producción de plata del Cerro Potosí, España decidió levantar la definitiva Casa Real de la Moneda en el Siglo Dieciocho. El 28 de noviembre de 1758, empezó la construcción de lo que hoy conocemos como la Casa de la Moneda. Ya funcionaba en 1773.

TESTIMONIOS

HISTORICOS

En el libro “Las monedas de la Independencia, 1808, 1827” de Fernando Baptista Gumucio (editado por Cervecería Taquiña, año 1995), se califica a la moneda acuñada en Potosí como “el único medio de propaganda o difusión de los acontecimientos políticos y administrativos acaecidos en la península” (…) Hay algo que resalta todavía más la valía de las monedas acuñadas en Potosí y las otras Cecas americanas, y es que en España se acuñaban también monedas de plata, pero de cobre o vellón, de un valor siempre discutible, a fin de contrarrestar el crónico déficit fiscal que confrontaba la administración peninsular. En tanto que en América nunca fue acuñada moneda que no fuese de oro o plata. De tal suerte que, en el primer decenio del Siglo Diecinueve, parecía imposible que pudiesen circular monedas de cobre y menos aún papel moneda, ya que la abundancia de metales preciosos las hacia innecesarias y la celosa administración virreinal lo impedía. Luego, como es lógico suponer, en España, circulaban libremente las monedas acuñadas en Potosí, en tanto no circulaban en estas provincias las acuñadas en España”.

 
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