Emilio Pérez Barrios
Desde tiempos remotos han existido dictadores que a veces se creían dioses, dueños de vidas y haciendas, esclavizando a los pueblos y cometiendo toda suerte de crímenes y abusos indescriptibles.
En la era moderna no han faltado los dictadores, con teorías extravagantes y creencias cavernarias. Han sobresalido como en carrera de quién es el más malo y torturador, Hitler, Stalin, Musolini, Franco y otros en Europa. En América Latina han surgido Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, Banzer, Barrientos, García Meza, la familia Castro y otros, por mencionar algunos. En el Medio Oriente los países fueron gobernados por reyes, príncipes, califas, emires, etc., viviendo en la etapa feudal, sin democracia. Algunos se dieron el lujo de tener Parlamento, pero bajo sus órdenes.
Hitler creía en la raza superior y que Alemania estaba predestinada a gobernar el mundo. Por su parte Stalin procesó e hizo fusilar a sus compañeros de lucha, teóricos y grandes revolucionarios, gobernando hasta su muerte con mano dura, colectivizando el campo a plan de masacres, pretendiendo establecer el “socialismo en un solo país”, sin contacto con el mundo. Franco, con su falange, desató una guerra civil cruenta sometiendo a España hasta su muerte. Alemania, Italia y Japón formaron el Eje contra los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Demandaría mucho espacio enumerar las características propias de los dictadores que han pasado a la Historia roja del mundo. Sin embargo, hay algunos rasgos comunes en ellos, como su obsesión de gobernar eternizándose en el Poder a sangre y fuego. En efecto, los dictadores creen que están destinados a quedarse en el poder indefinidamente, usando la violencia organizada o con argucias jurídicas.
El dictador no admite la oposición y si la admite la restringe a su mínima expresión. Un solo líder, un solo partido gobernante, una prensa oficialista, una radio, un solo canal televisivo, una sola voz como expresión de la “voluntad popular”, es decir, los dictadores amedrentan a los pueblos, convirtiéndolos en robots, con la intención de uniformar las mentes humanas. Los sindicatos son amaestrados. La juventud debe marchar por las calles con las consignas impartidas por el dictador. Lo más grave es que consideran a los opositores o críticos enfermos mentales y los encierran en clínicas psiquiátricas, porque los mandones supuestamente son infalibles y dueños de la verdad.
A ningún pueblo del mundo le conviene la dictadura, de derecha o de izquierda, el jefe único, el icono, caudillo indiscutible, ya que a estas alturas de la evolución política, esa aberración y culto a la personalidad es contraria a la democracia, al derecho de los pueblos a gobernarse en democracia, respetando los derechos humanos, con libertad, libre del garrote y del engaño jurídico, de la corrupción camuflada, con libertad de prensa, con derecho a la crítica, con respeto a la minoría.
Un aspecto fundamental: los dictadores en ninguna parte del mundo han solucionado el problema de la pobreza, de la miseria. Desayuno, almuerzo, cena, vivienda, sanidad, ciencia y educación, electricidad y tecnología moderna, y otras necesidades vitales, son desconocidos por millones de seres humanos.
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