El síndrome de los bloqueos, marchas, paros, etc. -es decir el conjunto de síntomas de una grave enfermedad- sigue progresando sin que se le pueda poner fin. Empezó con pequeñas acciones callejeras y camineras, siguió con actos más agresivos en el centro de las ciudades y llegó, hasta el momento, a su máximo nivel en la ciudad sede del Gobierno. Se puede decir, sin embargo, que esa expresión del movimiento social no ha terminado sino que más bien estaría recién empezando, a la espera de alcanzar niveles todavía más altos de los que se podría imaginar, hasta llegar a las “últimas consecuencias”.
En todo caso, lo que hay que destacar es que las diversas manifestaciones populares que se registran en las calles de las principales ciudades del país, son únicamente los efectos de determinadas causas, debiendo agregarse que se olvida que existe la categoría sociológica de la relación de causa y efecto. Esas expresiones de violencia de la vida social son, por consiguiente, efectos.
La ola de agitación callejera (preludio de una eclosión general de bastas proporciones) no ha merecido el interés de los sociólogos y asesores oficialistas y, por tanto, en vez de que sea detenida se ha convertido en un verdadero maremoto (o tsunami) que amenaza arrasar con tirios y troyanos y que busca, en última instancia, aplicar la fórmula de “borrón y cuenta nueva” a la realidad del país, en la misma forma que se procedió para poner fin a varios gobiernos, entre los cuales el caso más notable fue la expulsión del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada.
El tratamiento que se intenta aplicar para reducir y evitar los movimientos sociales callejeros no tendrá el resultado con el que sueñan los sabios consejeros, anunciando dictar decretos, resoluciones y hasta leyes. Por el contrario, se tratará de “medicinas” que en vez de curar el mal lo agravarán, hasta dar muerte al paciente. Decisiones de los órganos Ejecutivo, Legislativo o Judicial serán fiascos monumentales que terminarán en vergonzosos fracasos e inútiles esfuerzos, como el caso anunciado de la lucha para reducir el consumo de bebidas.
Se puede adelantar que todas las soluciones propuestas hasta el momento para frenar o evitar las marchas y protestas callejeras resultaron un fracaso total, porque no atacaron las causas del problema y se limitaron, puerilmente, a combatir los últimos efectos, desconociendo olímpicamente la relación de causa a efecto, de la que se dan cuenta hasta las personas con un mínimo de sentido lógico. Ese mismo absurdo tratamiento también está siendo aplicado (lo decimos de paso) para la llamada lucha contra la inseguridad ciudadana y el consumo de bebidas que han crecido en proporciones geométricas, debido a que en vez de anularlos se los fomenta y protege con tratamientos ingenuos.
Según se puede apreciar, los proyectos actuales para evitar las marchas, bloqueos, etc. Son, a lo más, reacciones sensoriales. No toman en cuenta dónde está la razón sino dónde está el prejuicio. Una concepción pueril guía las decisiones de las autoridades en todo sentido y de ninguna manera se toma entrar a las causas de los problemas, única forma de evitar los efectos dramáticos que está enfrentando el pueblo boliviano, tanto en lo que se refiere a la tranquilidad social, cuanto a la inseguridad ciudadana. Y en el caso que ahora nos preocupa, o sea el síndrome de los bloqueos, debe ser considerado desde un punto de vista profesional, en la misma forma que un médico diagnostica una enfermedad para recetar recién la medicina que necesita el enfermo.
En esa forma, con la anticipación del caso, se puede concluir que más a corto que a mediano plazo, los tratamientos líricos y pueriles a los problemas de las marchas, bloqueos, la inseguridad ciudadana y otros cientos de conflictos que padece el pueblo boliviano, terminarán en un enorme cero y seguirán su ritmo creciente, aunque con mayor virulencia.
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