[Luis Antezana]

Signos de la decadencia del país


No se puede (ni debe) atribuir al Gobierno actual del país la causa del estado general de decadencia en que se encuentra el país. Las raíces de esta situación tienen origen en varios decenios atrás, pero las principales se encuentran en las políticas contemporáneas, las mismas que han acentuado el proceso de crisis general que estamos viviendo.

Ese estado de decadencia se manifiesta en una serie de aspectos particulares -estructurales según los politólogos-, en especial debido a la aplicación de la ideología populista (que no significa popularidad) que consiste en el argumento de que se quiere realizar un proceso socialista sobre la antigua comunidad originaria, sin que sea necesario pasar por la etapa capitalista. Por ese programa ideológico se trata de retornar al ayllu o comunidad, restaurar sus costumbres y usos primitivos, recuperar la visión cósmica y otras ideas parecidas y, al mismo tiempo, repudiar todo lo que fuese capitalismo.

En líneas generales, el populismo (como ideología) es una corriente partidaria utópica, es decir que no sabe a dónde va. Se trata de una vieja concepción política que, sin embargo, fracasó totalmente tanto en la práctica como en la teoría. En todo caso, oportunamente, el populismo fue objeto de rechazo y fue arrojado al desván de la abuela, donde quedó archivado para siempre en un rincón.

Sin embargo, pese a esos antecedentes, ese populismo volvió a renacer y lo hizo principalmente en Bolivia, donde fue restaurado por algunos geniales teóricos políticos que alcanzaron algún éxito, llegando a tener oportunidad de hacerse de algunos mecanismos del aparato del Estado. En todo caso, la ideología populista fue puesta nuevamente en práctica, aunque con el antecedente de que se previno a sus mentores en cuanto a que todo ese bello programa estaba destinado al fracaso inevitable y que de pronto el país caería en un proceso de decadencia incontenible.

En efecto, los aspectos estructurales de la sociedad boliviana ingresaron en estado de parálisis y luego de decadencia. La historia empezó a retroceder y se comenzó a llegar a los sistemas coloniales, precolombinos y aun preincaicos y a las estructuras comunitarias, arrojándose por la borda los avances que había podido conseguir la evolución social nacional y de otras naciones. En esa forma, se llegó a la situación actual en la que no se sabe a dónde se va, qué se puede hacer, cómo uno puede orientarse en medio del caos y, en forma general, qué actitud concreta se debe adoptar para marchar hacia delante.

Esas manifestaciones básicas de decadencia no se han quedado inertes y, por tanto, han empezado a dar sus frutos lógicos. Efectivamente, sobre esas bases de antigua data han empezado a nacer sus respectivas formas superestructurales -como dicen los sabios teóricos de izquierda. En efecto, ahora se encuentran entre las costumbres de nuestra vida diaria, usos y costumbres que estaban en desaparición, como ser desconocer la propiedad privada, retornar al pago del trabajo en especie y no en dinero, utilizar el trueque en vez del dinero y otros aspectos económicos.

De otro lado, dejó de existir el sistema democrático de la independencia de los tres poderes del Estado para recular al sistema de concentrar en manos de un caudillo los aparatos Ejecutivo, Legislativo y Judicial. En ese mismo nivel político, ya no existen las prefecturas, que han sido sustituidas por el sistema administrativo colonial español del Gobernador. Así mismo, han reaparecido con gran poder los Corregimientos, forma de gobierno del tiempo de la conquista ibérica y cuyo poder omnímodo fue la causa para los levantamientos de Túpac Amaru y Túpac Katari en 1781.

Pero aparte de esas costumbres coloniales están apareciendo otras menores, como algunos términos del lenguaje diario, tal el caso de decir en cualquier circunstancia “justicia comunitaria”, “con todo respeto”, “perdón”, “caballero”, “kara”, “no comprendo” y otros como ya no somos Nación, sino sólo Estado, conceptos que eran el reflejo de antiquísimos regímenes históricos, ya desaparecidos en todo el mundo. Indudablemente, pues, vivimos un estado de decadencia, comprobable en los hechos y citando sólo algunos de los aspectos más ostensibles de la actual realidad.

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