Alarma en la isla: Cuba ante la crítica

Los sistemas de seguridad del Estado cubano “declararon alarma” y enfrentan una “severa crítica” dentro de la estructura del poder político y del “buró” administrativo, como respuesta inmediata ante la “afrenta del mulato” que se reveló públicamente, en una concentración de ciudadanos católicos y ante el Papa Benedicto XVII, que visita la isla, al proclamar “muera el comunismo” y que en ese país “ya no funciona” dicha ideología, con una actitud que rememora los momentos previos de la salida de Fidel y la ascensión de Raúl Castro, ambos hermanos que constituyen la cabeza de la estructura gobernante desde hace 53 años. Primero fue Fidel quien anunció a través de la prensa internacional que “ni en Cuba funciona el sistema socialista”.

De hecho, el sistema de inteligencia y seguridad de Cuba “evaporó” al ciudadano que se atrevió a tanta osadía, en el momento más difícil para el pueblo que observa, sufre y es víctima de las nuevas consecuencias que son producto de la apertura al “capitalismo” y que evidencia el fracaso de una estructura política que sometió a ciudadanos de todas las clases sociales, para imponer un régimen dictatorial secante y policial, como lo fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, hasta la caída del Muro de Berlín y la ascensión de la “Perestroika” al poder soviético.

La visita del Papa Benedicto, la segunda que realiza un pontífice a tierras cubanas, promete una nueva fase de transformaciones que, en principio, podría darse en el plano económico como medio para satisfacer, de alguna manera, las imperiosas y cruciales necesidades de la población acostumbrada al “vale” y al estricto control en el suministro de alimentos básicos a que tiene derecho cada ciudadano de ese país. “Ni un pan ni un gramo más de lo establecido por Ley, para cada persona”.

La afrenta expresada: “muera el comunismo”, en presencia del Papa, de miles de periodistas de la prensa internacional y una multitud católica que impresionó al mundo, se convierte en un hito en aquella historia que comenzó con una revolución apoyada por el imperio y los intereses económicos internos, y que evidencia que el nuevo régimen de 1959 exageró después al confiscar la propiedad privada y destruir la estructura productiva de la isla, sin adoptar las previsiones necesarias para enfrentar el futuro que exigiría implacable el pago de la factura, así sea sometiendo al hambre a los 10 millones de habitantes de la isla.

El actual mandatario Raúl Castro ha planteado ante el Pontífice que Cuba cambiará “en lo económico” y “no así en lo político”, sin pensar, como lo hicieron en 1959–1960, que lo económico determina la acción política y no, como dice la teoría, que lo político determina la política económica. Bajo esta premisa, Cuba vivió supeditada a las “subvenciones” procedentes de la URSS, primero, de los árabes y de Venezuela después, con desaprensivos limitantes a las iniciativas de la población y bajo el yugo de la intensa propaganda guiada por el “valioso legado” del “tristemente célebre” ministro de la comunicación de Adolf Hitler, el “renombrado” Joseph Paul Goebbels (1897 - 1945).

Las alarmas cubanas de 1986, debido a las “crónicas falencias económicas de la isla”, condujeron al régimen de Fidel a imponer un severo plan de “rectificación de errores y tendencias negativas”, como una decisión política para rectificar hechos económicos, equivalentes a las políticas económicas desarrolladas por el presidente Mijail Gorbachov, en la URSS, de acuerdo con el programa denominado Perestroika.

El programa cubano fracasó y Fidel se encargó de rectificarse a sí mismo, a través de una intensa campaña, al explicar que el plan de “rectificación de errores” no tenía similitud con la Perestroika, porque cada país tenía sus propias características, sus propios problemas y necesitaba sus propias soluciones. De esta manera demostró que la economía debía tener su propia preponderancia frente a la política.

De esta manera, la apertura de Cuba y sus transformaciones en la economía tienen como mérito apuntalar hacia el futuro, la liberalidad de las iniciativas y convertir al ciudadano común en el actor principal del desarrollo de su país, hasta ahora sujeto a la “dádiva” que, en lo hechos, “no ha liberado de la esclavitud a los campesinos”, “ni ha suprimido el sistema terrateniente en la propiedad de la tierra”, porque el monopolio pasó de “manos privadas a manos de los burócratas del partido comunista”. En consecuencia, no erradicó la prostitución, la universalizó; no hizo desaparecer la delincuencia ni redujo el analfabetismo, porque dichos males sociales se mantienen.