He visto llorar a la gente de emoción y también de desencanto. Ese día se juntaron las dos emociones. A dos minutos del final del encuentro, Max Ramírez, el enorme “Chino”, que me dicen que juega ahora en la “Selección Celestial”, pateó el penal a la derecha del argentino Andrada que desvió el tiro al córner. Volví el rostro a mi derecha y vi que mi padre se enjugaba las lágrimas, a mi izquierda un señor estalló en llanto como un niño. Segundos después corrió a ejecutar el tiro de esquina don Fortunato Castillo, lo hizo de cualquier manera, tanto que el balón viajó hasta la entrada del área grande, ahí estaba el capitán, el gran Willy Camacho, que despidió un cabezazo “de padre y señor mío”, de manera que el balón ingresó en la portería entre el guante de Andrada y el poste derecho. Entonces vi llorar a muchos de alegría.
Hace 48 años fui a ver ese partido al viejo estadio Siles que no podía albergar a más de 25 mil personas. Aquel día Bolivia le ganó 3-2 a Argentina y selló el pase al título que lo conseguiría tres días después, un 31 de marzo de 1963 y desde entonces pasaron 49 años.
Qué cosas lindas que tiene la vida, porque ese niño de ayer hoy se tutea con don Wilfredo Camacho, quien siempre me contesta que está bien de salud, mientras don Max Ramírez dejó esta vida en la que alternó el deporte con las buenas lecturas.
Lo que la historia olvida es que el Sudamericano de 1963, que duró un mes, lo organizaron entre Roberto Prada Estrada y Eduardo Sáenz García a quien los desmemoriados ni lo recuerdan, menos le darán el nombre de un centro deportivo. Así es la vida.
También se olvida que nuestro arquero era más o menos gordito, pero tenía la plasticidad de una gacela, es que don Arturo López tenía instintos felinos para atajar los balones. Por el lado de don Roberto Caínzo no pasaba ningún delantero, por muy hábil que fuera y don Eulogio Vargas era un toro defendiendo el ala izquierda. Eduardo Espinoza y Max Ramírez eran los centrales, con algunas dubitaciones, pero siempre atentos, porque en cada jugada se les iba la vida.
En el medio comandaba las huestes Wilfredo Camacho, quien era el eje del equipo, a la derecha lo tenía al mejor jugador de todos los tiempos: Víctor Agustín Ugarte, ya entrado en años, pero con una sapiencia de catedrático del fútbol; a la izquierda estaba Ausberto “el Oso García”, que en ese torneo se convirtió en uno de los mejores del equipo. Como se jugaba con dos punteros en el ataque, por la derecha estaba el más joven del equipo: Ramiro Blacut, quien alternaba esa posición con don Abdul Aramayo, el de la gambeta a lo Garrincha. Por la otra punta jugaba Fortunato Castillo, que se erigió en el goleador del equipo. En el centro estaba don Renán López, hoy relator deportivo en Cochabamba y que tenía los reflejos de un jugador de tenis de mesa, porque reaccionaba un segundo antes que cualquier otro. No se debe olvidar que el gran Máximo “Tutula” Alcócer, Mario Zabalaga y Tony Aguirre, alternaron en algunos de esos partidos.
EL EQUIPO
La base del equipo estaba en el invencible Municipal, el gran Chaco y el poderoso Wilstermann; el técnico era el brasileño Danilo Alvim , el mejor jugador fue el público paceño y cochabambino que con el Bo,bo,bo, li, li,li, convertía cada jornada en fiesta. La cueca “Viva mi Patria Bolivia” de Apolinar Camacho se puso de moda desde entonces.
La ciudad de La Paz no tenía más de 500 mil habitantes, las calles empedradas, las laderas vírgenes y sin casas, el edificio de la UMSA con sus 12 pisos era el punto alto de una ciudad que tenía un encanto particular que no ha perdido con el paso de los años. Lo que sí cambió es la estructura citadina, el fútbol, la forma como se ven las cosas este siglo XXI, como diría Heráclito, la vida fluye. De vez en cuando vale la pena mirar por el retrovisor y pintar una hazaña 49 años después.
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