La máxima “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa” fue utilizada por los trabajadores en el Siglo XIX para reclamar contra la esclavitud a la que eran sometidos en las fábricas.
En la profesión que elegí trabajé jornadas de 10, 12 y hasta 14 horas, porque en una sala de redacción pasan las horas muy rápidamente, pero no por ello era un buen trabajador. “Eres un mal trabajador, porque no sabes administrar bien tu tiempo”, me dijo alguna vez uno de mis mentores, para hacerme entender que no hay un correlato entre horas de trabajo y rendimiento, y es mejor alimentar el cuerpo con el buen descanso.
Karl Marx, en El Capital, tiene un capítulo especial dedicado al trabajo socialmente necesario para demostrar que en este tema hay que tomar en cuenta muchas variables, por ejemplo la habilidad, porque un zapatero ocioso hará un par de zapatos en una semana y otro empeñoso lo confeccionará en un día. En otro caso, un artesano que aprendió el oficio de los padres confeccionará un traje de una manera que no competirá con quien se ha especializado en el tema y acude a institutos de capacitación. De lo dicho se colige que no se puede medir a todos con la misma vara porque no es lo mismo un trabajo intelectual que el físico y tampoco una profesión que otra.
Los médicos, a quienes no se los puede medir con la vara de otras profesiones reclaman por las seis horas laborables por día, no porque sean amigos de la holgazanería ni porque consideran su profesión como una actividad que está por encima de las otras, sino porque su profesión es un poco mas riesgosa que otras, porque tienen como misión fundamental salvar vidas.
El problema en cuestión no es las horas de trabajo sino la salud del boliviano, del hombre común, del que asiste a los centros médicos quejándose por un dolor y no recibe una atención adecuada, del que busca un servicio y no es atendido porque no se cuenta con el equipo o con una cama disponible. Es probable que también lo sea por falta de personal, pero no parece ser el punto central. Como diría el simple filósofo, se está entendiendo por esencia lo que es accidente.
Si con dos horas más de trabajo se mejora ostensiblemente la atención a los pacientes, pues que los médicos trabajen dos horas más, si luego es necesario que trabajen cuatro horas más, pues que lo hagan, con el consiguiente riesgo de convertirse en aliados de la parca porque un hombre cansado puede cometer cualquier error, que luego llamaremos negligencia médica.
Pero, también es cierto que a más trabajo, más paga, a más horas, más beneficios, porque en caso contrario tendríamos un “gobierno negrero”, al que sólo le faltaría marcar la cadencia para que los profesionales remen a mejor ritmo como en los viejos galeones, y al que desfallezca que le estallen el látigo en el lomo, que bien merecido se lo tiene.
El autor es editor general de EL DIARIO, filósofo y comunicador.
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