Cada 23 marzo recuerdo la Batalla de Calama, pero también al Tratado de Paucarpata del 17 noviembre de 1837 de Andrés de Santa Cruz. Seguramente porque de niño, joven y universitario crecí en tres culturas ajenas a la española e indígenas prevalecientes localmente, no me entusiasma el fundador de la logia “Independencia Peruana”. Sus admiradores afirman que convirtió a Bolivia en el país más poderoso y respetable de Sudamérica. Sin embargo, no permitió la emancipación de la mayoría indígena en Bolivia, de los que descendía por madre, y perdonó a los chilenos en Paucarpata, generando importantes y desastrosas consecuencias.
Recordemos que el gran venezolano Antonio José de Sucre aprobó el Decreto del 4 julio de 1825 que abolía el régimen servidumbral, la obligatoriedad de la contratación laboral, de pagar el trabajo en dinero y de cancelar los servicios prestados por los indígenas, a favor de soldados y militares y su Decreto del 22 diciembre de 1825 disponía la abolición del tributo indigenal. “El Mariscal Andrés de Santa Cruz mediante Decreto del 1º julio de 1829 repuso la “contribución indigenal”, además restituía el régimen servidumbral legalizando el pongueaje y el mitanaje... En materia agraria, la Ley del 28 septiembre de 1831 reconocía la propiedad de la tierra a favor de los caciques de sangre (50% de su sangre) y de los indígenas contribuyentes; medidas dirigidas a liquidar las tierras de comunidad y reproducir el latifundio” (ver Carlos Romero, Proceso Constituyente Boliviano, CEJIS)
En 1837, todo un ejercito chileno de tres mil hombres, cuatrocientos peruanos incluidos, habían capitulado en el balcón de Arequipa, vencidos sin luchar ante la supremacía del Protector Santa Cruz, quien después avanzará hacia el almirante derrotado Blanco Escalada “con los brazos extendidos y, apartándose de las formalidades protocolares, (para abrazarlo) con efusión. Pocos (pudieron advertir que habían) cambiado el saludo masónico”. Les perdonaba con magnanimidad, humanismo y a nombre del siglo de la filosofía contrario a las masacres. “Se esperaba un final heroico y no una componenda de logia”. Pero “El Cóndor Indio, cuando no lisonjeaba a los peruanos maltratando a su patria”, perdonaba a los vencidos, quienes dos años después, nos infligirán la derrota de Yungay del 20 enero de 1839 y en 1879 nos dejarán sin mar” (ver Alfonso Crespo, capítulo Paucarpata).
Porque inmediatamente después del Tratado de Paucarpata vino su desconocimiento por los chilenos, quienes tomaron la ofensiva para derrotar a la Confederación en Yungay, sin miramiento alguno, “el anticipo de Tarapaca y Pisagua… Indudablemente que la Guerra del Pacífico no era sino la prolongación de la Guerra de Confederación Perú- boliviana. Los intereses hegemónicos volvían a chocar cuarenta años después”, escribió el recordado historiador Edgar Oblitas Fernández en “La Historia Secreta de la Guerra del Pacífico”, mientras los indígenas en Bolivia se mantenían en esclavitud.
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