Casos Hong Kong, Panamá, Litoral
René Estévez Torrico
1.- LOS TRATADOS INTERNACIONALES NO SON ETERNOS
En el ámbito internacional, con referencia al ya centenario problema marítimo generado entre Chile y Bolivia, algunos gobiernos considerados como intransigentes conservadores han repetido machaconamente que los tratados entre naciones son inamovibles y deben ser respetados “ad perpetuam”.
Al respecto, el actual presidente chileno Sebastián Piñera ha manifestado públicamente que gracias al tratado suscrito en 1904 por su país y el nuestro, se ha mantenido una “paz duradera” entre ambas repúblicas. Es pertinente preguntarse ¿hasta cuándo?; pues en el mundo material en que vivimos nada es eterno, ni siquiera el sol que nos alumbra y que da vida al planeta, ya que llegará el día fatal, de acuerdo con las leyes de la astrofísica, cuando el astro solar convulsione, desencadenando apocalíptica explosión, convirtiendo a los planetas que lo circundan en polvo y cenizas que se perderán en el infinito espacio sideral. Por consiguiente, hablar de un tiempo duradero indefinido es, al final, irrealidad.
El insigne político francés Alexis Tocqueville en su universal y enjundiosa obra sabiamente afirmó que el mundo cambia continuamente y nada es definitivo. En este sentido es pertinente citar dos casos concretos.
En 1839 se desencadenó una desigual guerra entre el imperio de Gran Bretaña y la nación China, que pugnaba por evitar la propagación y el comercio del alucinógeno y dañino opio en su tierra, por parte de los ingleses. Lo irónico e injusto ocurrió cuando la nación oriental agredida y perdidosa en el conflicto bélico fue obligada a ceder “Hong Kong”, extenso y valioso territorio, a los agresores británicos. Empero con el transcurrir del tiempo se impuso la justicia, como no podía ser de otra manera, y el mencionado territorio usurpado fue devuelto, después de 154 años de dominación, a la República China.
El otro caso se refiere a la República de Panamá, cuyo canal interoceánico, construido con ingeniería de alta técnica, sudor y sangre, y que conecta al Pacífico con el Atlántico, fue ocupado y administrado -previa firma de antinacionales tratados- por Estados Unidos. Empero la resistencia tenaz del país centro americano y la fuerte presión internacional impusieron la suscripción de un nuevo tratado, durante el gobierno del presidente Jimmy Carter; y en 1999 Panamá recuperó la soberanía que le correspondía legítimamente sobre el canal, que fue inaugurado el 20 de julio de 1920 -con el grave costo de más de 30.000 vidas humanas en su prolongada y titánica construcción.
2.- EL TRATADO DE 20 DE OCTUBRE DE 1904 CARECE DE VALIDEZ JURÍDICA, POLÍTICA Y ÉTICA
El Congreso que lo aprobó, constituido en su mayoría por liberales, sólo representaba a un reducido círculo feudal terrateniente y minero, presuntamente elegido -dizque- por la “mayoría” del pueblo boliviano. En efecto, en ese tiempo prevalecía el sistema del voto calificado, por el que sufragaban sólo las personas que sabían leer y escribir, pues la mayoría campesina era explotada y analfabeta, además que se discriminaba a la población femenina. Por ello los congresales elegidos constituían una mínima y antidemocrática cantidad con respecto a la población, que no tenía así ninguna representación política. En consecuencia el mentado Tratado de 1904 fue aprobado por 42 congresistas y rechazado por otros 30.
Un tratado internacional debe tener no sólo ética, sino una sólida base social jurídica y política, más aún cuando se encuentra en juego la sacrosanta soberanía de todo un pueblo, en este caso nuestro país enclaustrado y postergado injustamente. Si Bolivia se decide por plantear una demanda ante el Tribunal de Justicia Internacional se debe compulsar todos estos aspectos y antecedentes para recuperar lo que en justicia le corresponde.
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