La vida y la salud pierden su sentido; la vida y la muerte se convierten in-discernibles y el hombre vende su cuerpo por pedazos para consumir una copia. Esta realidad invade todos los días y produce angustia y desesperación en la población. La medicina en nuestros hospitales, como la forma esencial de lucha contra el mal, está en crisis. El orden caníbal sólo admite carniceros.
A pesar de la “bonanza económica” pregonada por el Gobierno, los grandes problemas económicos no han sido resueltos en nuestra sociedad; la medicina es muy costosa, muy lenta, muy humana; por todo lado los enfermos hacen filas como esclavos, la medicina ya no responde más a las exigencias de eficacia de nuestro tiempo. La inmensa mayoría de enfermos y muertos es producto de malas condiciones de trabajo, desnutrición, falta de educación; los hospitales, las farmacias y médicos hacen grandes negocios con el dolor humano (cierto, no todos).
La mitad de los gastos de salud sólo sirve para retardar la muerte por algunas semanas o meses. El problema de salud nos envía a la imagen que hacemos de nosotros mismos, de nuestras necesidades, de nuestros derechos; se está llegando entonces a una situación donde el descrédito de la medicina remplazará al medico por el curandero.
En sociedades como la nuestra, la vida se convierte cada vez más en un bien económico, los hospitales se llenan de enfermos, el ejercicio de la medicina por las condiciones materiales establece un orden caníbal: pacientes, pasantes, trabajadores, enfermeras, médicos y muertos comparten los lugares más insalubres en comunidad.
Esta situación desde hace tiempo convirtió en los hospitales a la medicina en practicas burocráticas, mecánicas y repetitivas. La práctica de la medicina ha invertido su lógica, ya no es: diagnóstico - análisis - medicación; sino medicación sin diagnóstico ni análisis. ¿Alguien se preocupa por humanizar en los hospitales? La soluciones adoptadas por el Gobierno son sólo simbólicas, y los médicos son obligados a convertirse en simples medicadores y mercaderes de enfermos.
En ese contexto se debe entender el sentido de la lucha por las seis horas de trabajo; la economía política de la salud involucra no solo a médicos sino a todos los trabajadores; el conflicto concierne a toda la población; todos se quejan porque en la Caja, en los hospitales estatales, faltan medicamentos y medios adecuados para cuidar la salud; la gente sólo ve la cara del médico y recibe de éste algunas píldoras como consuelo para luchar contra la enfermedad. Toda esta deficiencia es responsabilidad del Gobierno. ¿En esas condiciones los médicos podrán dar algo más a los enfermos?
¿La prolongación de la jornada de trabajo a ocho horas podrá resolver este problema? Por ahora el Gobierno busca mostrar a los médicos como insensibles, que ignoran el dolor, el sufrimiento de cientos de pacientes en los hospitales. El poder socialista quiere convencer de que con las ocho horas de trabajo terminarán “los paseos y la mirada insensible ante el agotamiento de las vidas humanas”. El régimen busca mostrar que los productores del malestar en la sociedad son los médicos, quienes trabajando sólo seis horas ni siquiera cumplen bien sus funciones.
Cierto, en nuestra sociedad la gente para sobrevivir no sólo trabaja 8 horas sino incluso de 12 a 14 horas; la economía socialista e indigenista funciona con las formas de explotación más arcaicas, entonces prolongar la jornada de trabajo para los médicos es la política de adecuación a esas formas de explotación arcaicas y retrógradas. Entonces, ¿dónde queda la divisa de que el “desarrollo de las fuerzas productivas libera al hombre” de los trabajos más duros, inhumanos y reduce la jornada laboral? La lucha de los trabajadores en salud desnuda la impostura del régimen desde el espacio más sensible de la sociedad; no sólo es la lucha por la jornada de trabajo, sino devela la mentalidad y las prácticas feudales en política y el retorno a las formas de explotación y dominación más arcaicas.
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