Evangelio según San Marcos



La última cena

El primer día de los Ácimos, se acercaron los discípulos a Jesús y le dijeron: “¿Dónde quieres que preparemos lo necesario para comer la Pascua?

Él les dijo: “Vayan a la ciudad, a casa de tal persona, y comuníquenle: El Maestro dice: mi tiempo está próximo; quiero celebrar en tu casa la Pascua, con mis discípulos”.

Hicieron como Jesús había ordenado, y prepararon la Pascua.

Hacia el atardecer, Jesús se sentó a la mesa con ellos.

Mientras cenaban, dijo: “En verdad os digo que uno de ustedes me traicionará.

Contristados, replicaron los discípulos: “¿Acaso soy yo, Maestro?”

Respondió: “Aquél que pone su mano en mi plato es el que me ha de entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito; mas, ¡ay de aquél por quien el Hijo del hombre será entregado! Mejor le hubiera sido no haber nacido”.

Judas, que lo iba a entregar, osó preguntarle: “¿Soy yo, Maestro?” Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”.

Institución de la Eucaristía

Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman, éste es mi Cuerpo”. Tomando luego el cáliz, lo bendijo, y añadió: “Beban todo de él, porque ésta es mi Sangre, del Nuevo Testamento, que será derramada para la remisión de los pecados”. Luego recitó el himno, y salió con sus discípulos, dirigiéndose al monte de los Olivos.

En Getsemaní

Se acercó Jesús a un lugar llamado Getsemaní, donde se detuvo a hacer oración, diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de Mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Luego volvió a sus discípulos y les dijo: “He aquí que se acerca la hora, y el Hijo del hombre será entregado en manos de los inicuos, Levántense, vamos: se acerca aquél que me ha de entregar”.

La captura de Jesús

Mientras hablaba, se adelantó Judas, uno de los doce, guiando a un grupo de esbirros. Se acercó a Jesús y dijo: “Salve, Maestro”. Y le besó.

Era la señal convenida. Jesús le respondió: “Amigo, ¿a qué has venido?” Pero la turba, armada con espadas y bastones, se apoderó de Él, y lo llevaron al Sanedrín, ante el sumo sacerdote Caifás, que se hallaba reunido con los ancianos y los escribas, buscando falsos testimonios contra Jesús.

Delante del Sanedrín

Y se adelantaron dos falsos testigos, diciendo: “Éste ha afirmado: Yo puedo destruir el Templo de Dios y reedificarlos en tres días”. Entonces se levantó el sumo sacerdote, y le preguntó: “¿Nada respondes a estas acusaciones?” Mas Jesús callaba. Airado el sumo sacerdote, añadió: “Te conjuro en nombre de Dios vivo, que nos digas si Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

Jesús entonces respondió: “Tú lo has dicho; y Yo les digo que un día verán al Hijo del hombre sentado a la diestra de Dios Omnipotente, y venir sobre las nubes del cielo”. El sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: “¡Has blasfemado: lo habéis escuchado! ¿Qué les parece?” Respondieron todos: “Es reo de muerte”. Y lo golpearon en el rostro.

Delante de Poncio Pilato (cap. 27)

Llegada la mañana, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos deliberaron en consejo para quitar la vida a Jesús. Lo ataron, y lo condujeron ante Poncio Pilato, que era el procurador romano. (Judas, que lo había traicionado, atormentado por los remordimientos, restituyó a los sacerdotes las treinta monedas, precio de la traición, y, desesperado, se ahorcó). Pilato interrogó a Jesús: “¿Eres Tú el rey de los judíos?” Le respondió: “Tú lo dices”. Añadió el procurador: “¿Nada respondes a las acusaciones que se hacen contra Ti?” Mas Jesús callaba.

Jesús y Barrabás

Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador acostumbraba liberar a un condenado, a petición del pueblo. En aquellos días se hallaba detenido en la cárcel un preso famoso, llamado Barrabás. Entonces Pilato, que no hallaba culpa en Jesús, y conocía que lo habían entregado por envidia, preguntó a la multitud: “A quién quieren que deje en libertad, ¿a Jesús, llamado Cristo, o a Barrabás?” La multitud, instigada por los fariseos, gritó: “¡Deja libre a Barrabás!” Nuevamente preguntó el procurador: “¿Qué quieren que haga con Jesús, llamado el Cristo?” Y gritaron todos: “¡Sea crucificado!”

Viendo Pilato que nada podía obtener y que crecían los gritos, se lavó las manos, diciendo: “Soy inocente de la sangre de este justo”. Y el pueblo entero respondió: “Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Jesús fue flagelado y coronado de espinas. Luego le pusieron nuevamente los vestidos, y lo llevaron para crucificar.

La Crucifixión

Llegados a un sitio llamado Gólgota, que era el lugar de la crucifixión, lo colocaron sobre una cruz, juntamente con dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y pusieron sobre su cabeza el motivo de su condenación: “Este es Jesús, el rey de los judíos”. Y los que pasaban ante Él, le escarnecían, diciendo: “Si eres el Hijo de Dios, desciende ahora de la cruz. Ha salvado a otros, que se salve ahora a sí mismo. Ha confiado en Dios, que Él lo libre, si lo ama”.

La agonía y la muerte

Desde la hora sexta a la nona, la tierra se cubrió de tinieblas; y hacia la hora nona, exclamó Jesús: “Dios mío, Dio mío, ¿por qué me has desamparado?”. Y poco después, dando un fuerte grito, expiró.

El velo del Templo se partió en dos, tembló la tierra y las piedras se resquebrajaron; se abrieron las tumbas, y muchos cuerpos de santos que habían muerto, resucitaron, y entrando en la ciudad, se aparecieron a muchos.

El centurión y los que hacían guardia experimentaron gran temor, y decían: “Realmente este hombre era el Hijo de Dios”.

Algunas mujeres observaban la escena desde lejos: eran las que lo habían seguido desde Galilea, para servirlo: María Magdalena; María, madre de Santiago y de José, y la madre de los Zebedeos.

 
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