Cartas
Señor Director:
En la última semana de cuaresma, que precede a la Pascua, se produjeron los hechos más importantes para la humanidad, relacionados con la Redención del hombre. En la última cena Jesús instituyó la sagrada Eucaristía y el sacerdocio. Dijo: “Cada vez que coman de este pan y beban de esta copa, vivirán para siempre (1ra. Cor. 11,26).
Viernes Santo es para la Iglesia día de penitencia, abstinencia y ayuno, con oraciones. En Sábado Santo la Iglesia permanece como centinela junto al sepulcro del Señor, se enciende el cirio pascual, luz que penetra en lo más oscuro del templo. Cristo encendió en nosotros con el bautismo, que es luz de la fe y la gracia que se funden en dos resurrecciones, la de Cristo y de las almas. Domingo de Pascua, ¡el Señor ha resucitado! “Y dijo: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.28,20). La misa se celebra lo más cerca posible de la hora de los acontecimientos para participar en comunión en el banquete de la redención.
Durante nuestra estancia se rompieron las ataduras de los pecados y se dejó libre al penitente. Cristo, el primogénito de los muertos, mostró la resurrección del hombre y se elevó hasta el cielo para ubicarse al lado del padre, después de haber luchado victoriosamente por nuestra salvación.
El cristiano tiene que ejercitar sus virtudes, como guerrero de Dios que está implicado en la lucha entre la virtud y el vicio, y tiene oportunidad de acreditarse mediante una vida de penitencia con ayuno y oración, meditando en la pasión de su redentor.
David Espejo
O.F.S.
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