Cuando usted le aconseja a su retoño que estudie medicina, no lo hace por la nobleza que implica curar al enfermo. Esa sonrisa en su cara, es preludio de que sabe a qué me refiero: se busca esa carrera para ganar más dinero. Ni novedoso ni criticable, solamente real. Ahora diremos que hay excepciones y que entre los médicos existen nobles corazones que se entregan a favor de la multitud, estilo Sor Teresa de Calcuta y con eso, listo, todo el mundo contento. Que los médicos, los ingenieros, los abogados, los arquitectos corran tras del dinero y busquen acumular fortuna, lejos de ser algo insólito, es el pan de cada día. Tal vez el cielo, el paraíso esté reservado a los pobres, pero está clarísimo que este mundo no.
Alguien decía que con dinero, hasta la pobreza era llevadera. Queda claro que cualquiera que se haya profesionalizado, lo ha hecho para pasarla mejor en este mundo de vicisitudes. ¿A qué viene todo esto? A las caras que ponemos cuando los médicos entran en huelga. ¿Y por qué entran en huelga? Por la razón más simple del mundo. Les están tocando el bolsillo, al obligarlos a trabajar más horas por el mismo dinero.
Para nadie es desconocido que los médicos desean tener un ingreso fijo, normalmente desde las arcas del Estado y hacerse la América desde los consultorios particulares. Para algunos esto resulta, pero otros naufragan en ese mercado que se llama la venta de servicios de salud. ¿Qué tiene de novedoso, si estudiaron las técnicas que aplican para hacer fortuna? (la de ellos, no la suya). Así fue y seguirá siendo.
Sin embargo, los demás, es decir usted -salvo que sea médico- y yo, deberíamos aprovechar estas coyunturas para exigir que se norme el ejercicio de esas tareas y que haya a lo menos un poco de responsabilidad en los resultados, cuando éstos involucran muerte, incapacidad, daños severos y cosas similares. Para nadie es un misterio que el nivel de nuestros centros de formación no es de los mejores de Latinoamérica. Entrar a discutir estos aspectos sería penoso y poco esclarecedor. Lo importante es que si el novel cirujano, el médico poco cuidadoso, el “doctor” imprudente equivocan el diagnóstico, matan al paciente, baldan al que se les confió y cosillas así, deban pagar. No soy partidario de mandar a nadie a la cárcel y estoy seguro de que los profesionales realizan el esfuerzo a la altura de sus capacidades. Es decir, si matan a alguien no es por afanes homicidas, sino porque no siguieron el protocolo, se olvidaron de la lección de cirugía o de anatomía, o simplemente por inexpertos, yetas o lo que sea, incluido el fatal destino. Pero, como decíamos al inicio, esas metidas de pata o resbalones de mano deben ser de inmediato respondidos con dinero. Nadie va a revivir con el pago de una suma, aunque ésta sea considerable. Pero hasta las penas se las soporta cuando el autor del hecho reconoce y paga su error.
¿A qué vienen estas disgresiones? A que ahora que a los médicos los tienen contra la pared, es el momento de exigirles compromiso, responsabilidad y lo demás, es decir que acepten a través de norma el pago de sus errores. Si se hace en otro momento, la cosa carecerá de fuerza. Es como hacerle una marcha tipo TIPNIS al Gobierno en este rato. Así que legisladores y víctimas de mala praxis, a ponerse las pilas y a presentar la ley, que debe ser de fácil aplicación, y que debe ser lograda para bien de todos los que no nos queda otra que ponernos en las manos de los que venden salud. Si usted es el médico que debe operarme en breve, le ruego que omita leer mi nombre.
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