Con frecuencia inusitada, hay comentarios y amenazas, posiciones contrarias y posibilidades de rompimiento, situaciones de conflicto y hasta intenciones para “descargar sentimientos duros” contra los Estados Unidos, país al que nos han unido relaciones muy amistosas y del que recibimos inversiones y cooperación.
En días pasados, el Presidente señaló la posibilidad de “cerrar la embajada de los Estados Unidos”, alegando una serie de razones y sinrazones porque se cree “que no podemos vivir amenazados, pendientes de ser intervenidos o ser víctimas de las políticas imperialistas”. El problema data de mucho tiempo; parece que ir en contra del país del norte, gobiernen republicanos o demócratas, se ha convertido en consigna o norma para, de todos modos, estrellarse contra lo que hagan o no hagan; se ve por todo lado peligros para las políticas de los países pobres y hasta vemos la inminencia de intervenciones o invasión de ese país que ha declarado muchas veces no tener la mínima intención de hacer todo lo que se le endilga.
Hemos roto relaciones muy estrechas y las hemos conservado en una especie de congeladora; se expulsó a su embajador; se mantuvo cerradas todas las negociaciones para un posible restablecimiento de largos períodos de amistad; se firmó un “convenio” marco con el que, se creía, terminarían los problemas o indirectas o discusiones o temores; pero no ocurrió así y se llega al extremo de amenazar con un cierre que, bien se sabe, no será posible porque ese paso no sería simplemente que “hay que cumplir una amenaza o prevención”.
En los meses en que se mantuvo tensiones en vez de relaciones, se estableció que, de todos modos, precisamos de nuestros más apropiados y permanentes entendimientos con el país del norte y no porque siga siendo rico y primera potencia mundial, sino porque tiene tradiciones muy arraigadas de amistad y cooperación con nuestro país y con todos los del planeta. El gran pretexto es que se lo llama “imperialista”, pero coqueteamos con lo que fue el mayor imperialismo: “el comunismo de la ex–URSS” y que, aunque en pequeño, practican Cuba, Corea del Norte y otros del orbe.
El imperialismo comunista, en cualquier parte ha observado conductas duras y ha tratado de imponer sus extremismos; ha sojuzgado a su pueblo y pretendido que los “países revolucionarios” también practiquen políticas duras, dictatoriales y hasta tiránicas en los pueblos en los que buscó imponerse el régimen.
Caído el comunismo el año 1989, el mundo se dio cuenta en qué situación vivían quienes eran parte del sistema; sin embargo, hay algunos que quedan como saldo funesto y creen que con los extremos podrán restablecer las doctrinas socialistas de izquierda extrema “porque así conviene a las políticas que se debe aplicar a los pueblos”. Nuestro país no es la excepción y se busca que vivamos situaciones en las que debemos renunciar a todo lo que parezca ser capitalista para convertirlo en socialista, pero aceptando y recibiendo todo lo que nos pueda otorgar el capitalismo. ¡Qué bonita forma de ser honestos y no respetar principios morales!
Será bueno que haya definiciones en nuestros gobernantes bajo el principio de que somos un país que aplica el capitalismo en su economía, su trabajo y formas de ser; que está fuera de todo razonamiento el querer coquetear con el capitalismo comunista o la economía de Estado, cuando no podemos, ni esperanzas quedan de que el “imperialismo comunista resucite” para conseguir países dependientes como lo hizo hasta el año 1989. Vivir realidades sería conveniente y prudente en nuestras políticas, lejos de amenazas y posiciones extremas que no se ajustan a la realidad.
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