Mientras el pueblo boliviano sigue debatiéndose en la pobreza, el Gobierno pone en aplicación una política de despilfarro en obras y proyectos faraónicos que, a la corta o a la larga, contribuirán a acentuar la miseria de grandes masas de población y pondrán en peligro la seguridad de la Nación y el Estado.
Recientemente los medios oficialistas -al ver que se aproxima una etapa electoral y se quiere seguir poniendo en práctica el prorroguismo en el Gobierno- han lanzado una ofensiva de anuncios, ofreciendo realizar enormes obras e inclusive inútiles monumentos, que significan gastos multimillonarios que, a la postre, no serán de beneficio ni para la población ni para el país.
La lista de esas construcciones faraónicas no es de poca monta y ha causado un asombro inversamente proporcional a la situación de crisis que atraviesa la economía nacional, pese a algunas ventajas que se han presentando en últimos años, como ser la alta cotización de las materias primas de exportación, las remesas de ciudadanos bolivianos que se han visto obligados a migrar a países extranjeros en busca de trabajo y tratar de vivir bien, sin considerar los suculentos ingresos que registra la economía en cuanto se refiere al contrabando y la producción y tráfico ilícito de drogas.
Los anuncios de proyectos faraónicos, en gran medida de escaso beneficio para el país, empezaron con la compra de un satélite chino (320 millones de dólares), a la que siguió la adquisición de helicópteros y otros tantos aviones (3 millones de dólares). Detrás de esa adquisición vino la compra de un avión para uso personal del presidente Evo Morales (40 millones de dólares).
A esos planes se sumó últimamente el anuncio de que en el remoto poblado de Orinoca se va a construir un conjunto de edificios para fines onomásticos (5 millones de dólares) y por si fuera poco, se habría decidido demoler el Palacio Quemado y a su lado construir un edificio a llamarse “Casa del pueblo”, cuyo costo será también millonario (6 millones de dólares).
No se debe olvidar otros proyectos, como una ciudad nueva en la frontera con Brasil, industrias que funcionan con base en pérdidas, turismo oficial de grandes alcances, congresos y reuniones multitudinarias del partido de gobierno (Cochabamba, Coroico, Lago Titicaca, etc.) y sus allegados que en su conjunto significan, a la corta o a la larga, verdaderos derroches financieros que endeudan al Estado y cuyo pago recae en los bolsillos del pueblo, que es el que sostiene el presupuesto nacional con los impuestos que está obligado a pagar.
En esa forma, mientras por un lado el despilfarro oficial echa mano a los recursos públicos y rompe todos los records conocidos, por otro, no se acepta mejorar el salario laboral, no se construye hospitales, centros de salud, se sigue endeudando al Estado con crecidos créditos externos y no menos con la deuda interna que ha alcanzado proporciones nunca conocidas.
Por sí fuera poco, el aparato productivo del país ha colapsado y si no han caído la productividad y la producción, éstas se mantienen en un nivel tan bajo que es digno de lamentar.
Al respecto, ha bajado la producción agropecuaria, industrial, minera, turística, etc. y sólo se mantiene en incremento la producción de coca y derivados, el contrabando, la construcción, quedando la esperanza de que aumenten las remesas del exterior y la perspectiva de crear y aumentar el pago de impuestos. Así, las obras faraónicas han sustituido cualquier proyecto productivo, por pequeño que fuese.
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