Los parlamentos siempre fueron receptáculo de la intelectualidad. Griegos como Solón y Pecicles fueron sabios legisladores de Atenas y el Senado romano, escenario de la elocuencia de Marco Tulio Cicerón, no iguala en el mundo latino. Creación senatorial romana fue el Tribunado para la representación popular, logrando grandes conquistas gracias a la convincente retórica de los tribunos, tales como los derechos civiles y políticos de enorme significación igualitaria. La Edad Contemporánea no podía tener mejor inauguración que la palabra lógica y demoledora del Conde de Mirabeau, de Jacobo Dantón y de Maximiliano de Robespierre en el seno de la Asamblea Constituyente, epicentro de irradiación de la Revolución Francesa.
El estilo discursivo propiamente parlamentario se debe a las cámaras de los Lores y de los Conmunes de la Gran Bretaña, especialmente en sus floridos siglos XVII y XVIII.
La independencia en América Morena abre un notable ciclo parlamentario sin rezago a los mejores de Europa, del cual los congresistas bolivianos no fueron excepción en el Siglo XIX, rivalizando lúcidamente conservadores y liberales. El auge parlamentario nacional se extendió en cierta medida hasta mediados del Siglo XX, mas desde entonces se insinúa no sólo una marcada decadencia sino la ausencia de celebridades de la talla de Franz Tamayo, Domingo L. Ramírez, Demetrio Canelas y otros hasta llegar al estado actual de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Si el cambio ha de entenderse por la sustitución de una clase social por otra en las instituciones del Estado, al menos debería haberse reconocido la existencia de cuadros indígenas preparados o de origen indígena, aptos para el desempeño legislativo y de gobierno por su formación académica. En cambio tenemos una versión devaluada que no deja de hacer sombra a la actual administración. Para no ir más lejos, vemos, entre otras, una escasa iniciativa, en extremo dependiente de los paquetes legislativos procedentes del Órgano Ejecutivo para su aprobación a fardo cerrado. No obstante una democracia auténtica debe cimentarse en la participación de las distintas clases sociales, pero su virtud depende de una esclarecida representación por clases y partidos.
El sindicalismo fue el modelo a seguir en ausencia de otros estilos porque sus inspiradores desconocen la evolución histórica universal de la institucionalidad pública y concretamente parlamentaria, habiendo quedado anclados en sus unívocos antecedentes sindicalistas. El ensayo demostró la imposibilidad de una imbricación eficiente sindical-legislativa en el contexto de una genuina democracia. De modo que el parlamento sólo fue entendido en clave asambleísta y bastaba un conglomerado de dimensión nacional o “gran asamblea” funcional a los planes políticos que se van haciendo evidentes, con el acompañamiento de una oposición marginal. Lo dicho no minusvalora al sindicalismo en cuanto se inscribe en finalidades distintas.
Parece no haberse considerado que las asambleas nacionales -denominación que también les es propia- son creación específica del sistema democrático, pero su eficiencia depende de la calificación de sus miembros, sino de su excelencia. A ello se debe que los parlamentos humanamente mejor conformados han reproducido siempre las democracias más perfectas, característica de la que hicimos breves referencias.
No debe olvidarse que el Primer Poder del Estado es también una palestra educativa ante la expectación pública o ciudadana. Centro vital de contienda del intelecto y de las ideas, que la consigna partidista anula y envilece. Es al mismo tiempo, síntesis política exponencial que cada nación cuida como parte de su prestigio internacional.
En el imperio incaico, en lo mayor, y en la marca indígena, en lo menor, los amautas y yatiris, viejos experimentados personajes, constituían consejo y asesoramiento de los gobernantes. Con el tiempo y las aguas, los consejos de sabios y ancianos fueron sustituidos por dirigentes de las centrales y subcentrales campesinas, expresión de una organización de tipo proletario, que es de donde se ha extraído a nuestros actuales legisladores.
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