60 años de la insurrección popular del 9 de abril

Han pasado 60 años de la extraordinaria insurrección del pueblo paceño del 9 de abril de 1952 y si ese acontecimiento se ha ido perdiendo en la memoria de los historiadores, la experiencia histórica de ese hecho social está más vigente que nunca.

En primer lugar se debe decir que la insurrección de abril de 1952 no fue un suceso de simples contenidos o sin ningún contenido, como fueron las decenas de llamadas revoluciones ocurridas hasta entonces y que a lo más se las podría definir como simples asonadas o cambios de guardia palaciega. Fue, en realidad, la primera verdadera revolución en la vida republicana, aspecto que motiva a hacer un balance de ese proceso.

En primer lugar se trató de una insurrección popular, resultado de un largo proceso de luchas, con los objetivos de destruir el sistema de dependencia colonial de países extranjeros y conquistar la Nación soberana e independiente, objetivo que fue alcanzado plenamente. Pero ese no era el único propósito de la rebelión, sino también fue destruir el esclavismo y el feudalismo hasta entonces existente en el medio rural y urbano, para sustituirlo con un régimen democrático popular y campesino. Tal meta también fue alcanzada de inmediato al haber hecho añicos, simultáneamente, los aparatos represivos que, hasta entonces, eran los pilares que sostenían ese anacrónico y medieval sistema económico-político.

Pero la insurrección paceña no se limitó a esos aspectos económicos, sino fue muchísimo más allá y llegó a grandes objetivos políticos. En efecto, destruyó el viejo aparato del Estado colonial y feudal, con el fin de construir un Estado totalmente nuevo, que esté de acuerdo con la nueva realidad nacional y democrática. La insurrección del pueblo de La Paz, integrada por sectores de clase media, excombatientes, obreros fabriles y universitarios, rompió todos los esquemas partidarios de la totalidad de los partidos hasta entonces existentes y, como siempre ocurre, la práctica dejó muy por detrás los programas teóricos, dejando totalmente desorientadas a las tiendas partidarias que, hasta entonces, intervenían en la lucha política diaria.

La profundidad de la insurrección del pueblo de La Paz superó todas las expectativas y sólo pudo hacerlas realidad el partido político que en esos momentos mejor representaba los anhelos de la población y que fue el nacionalismo democrático (MNR), partido que, a tiempo de realizar su programa, se enfrentó con la resistencia de los viejos partidos de la ultra derecha y ultra izquierda que se unificaron para destruir la nueva realidad, hasta que lograron su objetivo en noviembre de 1964, cuando en alianza con los disidentes del mismo partido revolucionario, toda la obra se vino abajo, dando paso a una contrarrevolución que, con careta de izquierda, dura hasta el presente y que, según premonición de Víctor Paz Estensoro, “haría llorar mucho tiempo lágrimas de sangre al pueblo boliviano”.

Se debe subrayar que del triunfo popular de abril, hoy sólo quedan sus últimos residuos progresistas y todas las viejas estructuras coloniales y feudales han sido restauradas, tarea en la que participaron y participan las corrientes más reaccionarias del mismo MNR (como el “gonismo”), así como los llamados partidos de izquierda que se pusieron de rodillas al servicio incondicional de las corrientes de derecha.

En esa forma, la gloriosa insurrección popular paceña del 9 de abril de 1952, que sólo duró 12 años, fue sustituida por una contrarrevolución que dura más de 50 años, con el recuerdo de que no existe tarea más trágica de la humanidad, que tener que buscar de nuevo lo que ya se había encontrado.