Nos quejamos con frecuencia por la maldad de los niños, por su ineducación, sus groserías y hasta por la comisión de algunos delitos que se van produciendo en nuestra sociedad como en otras grandes urbes, pero no nos damos cuenta que es nuestra culpa, pues les dejamos que vivan en lamentables condiciones que sólo pueden depravarlos.
Qué podemos pedir a niños que en lugar de caricias sólo golpes recibieron y en lugar de alegrías sólo de hambres supieron, a todos aquellos que vagan casi desnudos y totalmente desnutridos durmiendo en cualquier puerta o parque, donde suelen ser despertados por el puntapié de algún policía. Qué podemos exigir a niños que sufren maltrato en su casa, en la escuela, en la calle o en el taller, sufriendo desde el pequeño pellizco hasta la tremenda paliza.
Cuándo pondremos más cariño por esta niñez cuanta más desvalida sea, cuándo trabajaremos en serio para hacer valer sus derechos a la vida, al amor, a la educación, a la alimentación y al respeto de todos. Mantener abandonada a nuestra niñez es laborar por la destrucción de nuestra sociedad y el futuro de la Patria. Un pueblo es más grande cuanto es más culto y la civilización resplandece cuando triunfa el derecho de los más débiles.
Cómo vamos a negar que la carencia de medios económicos hace imposible que los hogares pobres proporcionen a sus hijos una educación adecuada y una alimentación indispensable. El inmortal Cervantes expresaba: “La pobreza atropella la honra y a unos lleva a la cárcel y a otros al hospital”. En muchos niños pobres las deficiencias psíquicas no son más que deficiencias de alimentación, abrigo y descanso que determinan en el organismo del niño perturbaciones funcionales que originan una irregular conducta.
Al margen del aspecto económico recordemos que en las escuelas se incuban los criminales o los genios. Por ello decimos que la escuela no debe ser una fábrica de maniquíes que lleven dentro innumerables conocimientos, sino una continuación del hogar. Los maestros, como decía el insigne Bacón, deben ser cual las abejas que saben convertir en miel las flores silvestres. Siempre hemos manifestado que la enseñanza debe ser más educacional que cultural, o sea más activa que contemplativa, por la cual los niños aprendan a pensar, pero antes sepan ser nobles, solidarios, valientes y alegres.
Separemos sin medir esfuerzos a nuestros niños y jóvenes del alcohol y el tabaco, que constituyen los venenos de la inteligencia. Conmemorando el Día del Niño comprometámonos a amar a estos indefensos seres, sean o no nuestros hijos, pero que ese mismo amor nos lleve a corregirlos y educarlos y no nos ofusque hasta el extremo de no ver sus defectos y de consentir, por evitarles una pequeña amargura, que adquieran hábitos que pueden producirles mayores amarguras en el futuro.
Todos hagamos un esfuerzo como sociedad y Estado para lograr condiciones aceptables para que nuestra niñez se desarrolle de manera normal, material y espiritualmente. El niño hambriento debe ser alimentado, el niño enfermo cuidado y curado, el niño retrasado alentado, el niño desviado conducido, el niño huérfano y abandonado recogido y socorrido. De lo que hagamos ahora depende el futuro de Bolivia, cada niño abandonado representa la infamia de su familia y una acusación para nuestra sociedad que nada hace por salvarlo y protegerlo.
El autor es abogado y profesor universitario.
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