Pasan los años, transcurren las experiencias, se sufre más pobreza y necesidades. Parecería que nadie se percata de lo pobres que somos como país y del hambre que azota a parte de nuestra comunidad nacional. Para el Gobierno - y mucho más para quienes ensalzan tanto la figura del Presidente - Bolivia parece ser una finca, una propiedad privada o un feudo o un bastión donde el propietario debe y puede hacer lo que quiere porque él es lo máximo.
Este es el panorama en el que se anuncia la construcción de un “museo del Presidente”; es decir, un sitio levantado en una hectárea de terreno en Orinoca (el pueblo en el que nació el Primer Mandatario) en honor y homenaje de quien “liberó a los originarios, hizo respetar a las hojas de coca, la defendió y colocó a la comunidad internacional en el lugar que corresponde a la hoja sagrada”. Suficientes razones para levantar un museo, un monumento que será visitado por propios y extraños luego de un gasto de cinco millones de dólares.
El pueblo, más que azorado, razona: Hasta cuándo la ostentación donde pocos, muy pocos se sirven los mejores manjares y donde muchos, los más de este país, saben de necesidades, créditos, deudas, urgencias, pago de intereses, búsqueda de empleo y muerden la pobreza, han recibido la noticia que, al decir de Ripley, está en el campo del “Aunque usted no lo crea” porque, evidente, no se puede comulgar con una situación en la que los más padecen y los menos, una gran minoría, disponen de todo a costa de las urgencias de un pueblo.
La pregunta lógica sería: ¿cuántas escuelas implicaría gastar cinco millones de dólares? ¿Y cuántos hospitales? ¿Cuántos puestos de urgencia para salud en las áreas rurales? ¿Cuánto se puede alimentar a niños y ancianos en sitios donde pululan tan sólo por mendrugos? El proceder de las autoridades del Gobierno parece que busca mostrar que vivimos en “país de jauja” donde abunda todo y los sobrantes son rechazados hasta por los animales.
Cuando los periodistas y medios tocamos estos temas es que - según el Gobierno- estamos “haciéndole el juego a la derecha” (como si las izquierdas, donde más errores son cometidos, no compartieran el despilfarro y haya entre su gente, quienes critiquen conductas ajenas a las urgencias y realidades de este país). Triste es el destino de la comunicación social puesto que se la critica y condena por todo y, lo más grave, hasta por defender los derechos de un pueblo a ahorrar, invertir para crear riqueza y generar empleo.
La egolatría, el “yoyismo”, el creer ser más de lo que se es y ni siquiera siéndolo, le harán mucho daño al régimen, porque conductas como las que son practicadas no se las puede concebir en un país pobre, cuando ello no es aceptable ni en las naciones ricas, donde, en todo caso, se presupuesta todo gasto y se rinde cuentas por ello.
El Gobierno -y el Presidente en grado extremo- tendrá que ver realidades y desechar, desestimar, abandonar gastos superfluos. Él, como Primer Mandatario, no necesita de museos ni monumentos para mostrar lo que fue y lo que hizo; en todo caso, su paso por el Gobierno durante más de seis años y las conductas que mostró, son más que suficientes para que su recuerdo quede permanentemente en la memoria de los estantes y habitantes de esta nación.
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