En el 50 Aniversario de Los Amigos del Libro

Víctor Montoya elogia el legado de Werner Guttentang


Desde el otro lado del Océano Atlántico, desde un país andino acorralado por una cadena de montañas, valles y selvas, me llegó un hermoso libro en conmemoración al quincuagésimo aniversario de la Editorial Los Amigos del Libro, nada menos que con una gentil dedicatoria de Don Werner Guttentag, cuyas letras casi ilegibles -que más parecen jeroglíficos, según confiesa una de sus colaboradoras-, no me permitieron descifrar la última palabra, ni siquiera con la ayuda de una lupa. Pero quizás sea mejor, pues como bien decía Borges: a veces son más importantes los enigmas.

Más tarde, a medida que leía el libro, me asaltó de lleno la idea de redactar una carta, con el único propósito de sumarme, a la distancia, a la celebración de las Bodas de Oro de su Casa Editorial denominada “Los Amigos del Libro” y para agradecerle por su fecunda labor al servicio de la literatura boliviana.

A estas alturas no hace falta hablar de Don Werner Guttentag como bibliófilo o editor, ya que su obra habla por él y por sí misma. Empero, valga la ocasión para recordarle que ambos somos inmigrantes, que ambos aprendimos a hablar una segunda lengua, a convivir en el seno de otras culturas y a compartir con otras gentes.

Es decir, somos habitantes de un mundo que no conoce más fronteras que la intolerancia y el chauvinismo vocinglero, porque tanto el chauvinismo como la intolerancia son las armas que desbaratan la convivencia social y amenazan los principios elementales de la democracia.

Aún sin haberlo conocido personalmente, me permito mencionar algunas analogías de nuestras vidas: primero, Don Werner Guttentag llegó a Bolivia a los 19 años de edad, acosado por el holocausto nazi, y yo llegué a Suecia a punto de cumplir los 19 años, exiliado por la dictadura militar; segundo, Don Werner Guttentag se estableció en Cochabamba, luego de vivir un tiempo en Holanda, sin más equipaje que una máquina de escribir, “El idiota” de Dostoievski y una bicicleta, mientras yo me establecí en Estocolmo, después de salir directamente de la cárcel, sin más equipaje que los recuerdos y un manuscrito que llegaría a ser mi primer libro de testimonio; y, tercero, ambos compartimos los sueños.

 
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