[Ernesto Murillo]

El mito del buen salvaje


Las expresiones del presidente Morales me obligaron a leer nuevamente el discurso sobre el origen de la desigualdad (discours sur l’origine de l’ilegalité) de Juan Jacobo Rousseau. ¿Y qué dijo entre otras lindezas nuestro Primer Mandatario?, no otra cosa que en las universidades se enseñaba la violencia, luego (ergo) había que eliminar la causa para eliminar los efectos, algo parecido al mito del buen salvaje propuesto por el filósofo francés.

Rousseau postula que el hombre natural era un animal puro, entregado por la naturaleza únicamente a su instinto y que vivía solitario sin más ocupación que satisfacer sus necesidades físicas. No era ni bueno ni malo, y no tenía vicios ni virtudes. Su razón no se desarrolló hasta que se hizo social, pero simultáneamente se volvió malo, en él se produjo una transformación.

Es que poco a poco se introdujo la división del trabajo, se estableció la propiedad y la igualdad desapareció. Los ricos tuvieron la habilidad de conservar sus riquezas usurpadas, haciendo aceptar a los pobres unas leyes que erigían la propiedad en derecho; la libertad y la igualdad naturales se habían perdido para siempre.

Esta posición la complementa Rousseau en su obra Emilio, en el que, entre otros conceptos, dice “la madre criará al hijo y el padre lo educará, que el niño debe ser educado en el campo y que la primera educación será negativa de manera que se le deben quitar todos los libros, es que lo importante hasta los 12 años es educar el cuerpo; a los 12 años empezará la educación llamada positiva, todavía sin libros y luego vendrán otros pasos.

De manera que, siguiendo el discurso del enojado Presidente de los bolivianos, habrá que confiar más en la educación natural que en los colegios y universidades para no malear al joven, para dejarlo en el estado virginal, de manera que no sea tan vulnerable a los malos ejemplos sociales.

Nuestro Mandatario me obligó a revisar los días en los que tuve el infortunio de inculcar algunos conceptos a los jóvenes universitarios y si bien me hicieron la fama de ser un hombre exigente, me parece no haber ejercitado a los jóvenes en el lenguaje del uso de la fuerza o la ventaja que da el lenguaje agresivo.

Tiene razón el Presidente al asegurar que hay una sociedad violenta, intolerante y clasista, pero no creo que sean las aulas universitarias el lugar donde se enseñen estas malas lecciones; tal vez el barrio, el grupo, el bar, las malas compañías y hasta la intolerancia exhibida por los malos políticos, los mentirosos, los hipócritas sean los causantes de tantas bajezas.

Es que cuando estamos con la bronca encima acudimos a tantas expresiones de las que después nos arrepentimos, lo triste sería no arrepentirnos y pedir disculpas, por tantas cosas que hacemos y decimos.

Ernesto Murillo Estrada es editor general de El Diario

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