Los años no pasan en vano

“Ante mi evidente falta de ejercicio a la que hace alusión mi querida Estrellita, y su mucha insistencia, terminé anotándome para la prueba pedestre que más que una prueba pedestre pareciera convertirse en mi propia prueba rupestre, ya que si no la completo me sentiré mas caduco que un tiranosaurio rex.

Dan la partida y salgo disparado a toda velocidad y dejo atrás a miles de persona. Soy ganador. Con seguridad salir con este ritmo me premiará con un puesto de jerarquía, si no es que yo gane la carrera. A paso harto veloz en las primeras cuadras es cuando reparo en por qué esta gente no aplica el mismo ritmo que yo… ya entiendo todo cuando las piernas empiezan a flaquearme. Poco a poco mi ritmo de chasqui se convierte en ritmo de cartero de la actualidad y la gente empieza a sobrepasarme con el mínimo esfuerzo – estoy perdido – reparo en lo que solamente puedo pensar en la cara de mi amada si es que no completo la carrera.

En el momento en que mis piernas dejan de responder a los impulsos del cerebro es cuando recién me doy cuenta de que Estrellita estaría esperándome en la meta. ¿Sería yo tan bajo de tomar un taxi que me aproxime a la gloria? – reparo. Con mucha duda al comienzo pero con necesidades superiores a mí, es que decido caer en lo más bajo y desviarme de la ruta para coger el primer motorizado que pase.

A media cuadra del objetivo y con pocos pesos en el bolsillo procedo a pagar el taxi con la esperanza de que su aventón me haya otorgado una ventaja sobre la demás gente. Presuroso, retomo la carrera para darme cuenta con algo de sorpresa de que mi ventaja no fue tal y un ciudadano de procedencia peruana ha ganado por segundo año consecutivo. Al acercarme a la meta, casi cabizbajo, veo el gesto de aliento de Estrellita y eso es todo para mí.