Una marcha está por cerrar la fiesta. Hace seis años todo había empezado con un hombre llamado Evo Morales, quien antes de ser “preste” fue un hombre que buscaba algún sentido a la vida caminando por las pampas del sur de Carangas, incluso había dormido bajo las estrellas y el frío de un altiplano al que sólo resisten las vicuñas.
Pero un día, gracias a las hojas de coca, y algunas ONG, encontró el sentido para su historia, y se convirtió en “revolucionario”, marchó miles de veces para ser reconocido como el “defensor de los pobres”, buscó cambiar el mundo y acabar con el capitalismo; en esta lucha se sacrificó muchas vidas.
Para esta tarea se equipó con todo y con todos aquellos que buscaban realizarse vendiendo ilusiones y así juntos armaron la fiesta del indigenismo, hasta convertirse en el “líder indígena”. Él mismo no sospechaba de la fuerza que tendría esta seudo ideología. Muchos grupos sociales, mercenarios, “intelectuales”, campesinos, a la cabeza de los cocaleros habían encontrado el color, la música y el canto para el gran banquete comunitario.
En la fiesta del “proceso del cambio” se impuso la indumentaria indígena, las máscaras, los ponchos, los cintillos, matrimonios comunitarios; así encontraron el consuelo para descolonizarse, y como todo preste necesita lenguaje y un canto para los ritos, el canto dice así: “los indígenas somos los únicos buenos”, “defensa de los indígenas”, “armonía en el vivir bien”, “leer las arrugas de los abuelos”, “igualdad de todos”, “exportar el modelo indígena al mundo”, “mascar coca y no tomar leche”, “mejor no ir a la universidad ni estudiar”, etc.
Pero el caos de la fiesta también necesita de los “otros”, pues los ebrios necesitan insultar, y vociferan el nombre de los proyectos del gran cambio: “acabar con los neoliberales, la derecha”, meterlos en la cárcel, si es posible “enterrarlos vivos para que los gusanos disfruten”, y como la revolución es única a nivel mundial, “acabar con el capitalismo”, y “dar muerte al imperialismo”, para vivir abrasados de la madre tierra en armonía.
Lamentablemente esta “gran fiesta” está por terminar, pues ya no existen músicos, la ropa está vieja, el trago ya es amargo, el banquete comunitario se ha convertido en “comida al paso”. Los primeros buitres ya han tomado la retirada, y los que quedan recogen todo, y dicen “yo no soy del MAS, sólo soy invitado”, “estoy con el proceso de cambio”, etc. Los movimientos sociales convertidos en vasallos de la fiesta y de las marchas van abandonando las filas. Algunos, al ver al preste solitario, dicen: “han traicionado el proceso de cambio”, “hagamos la revolución más a la izquierda”, “reconducir el proceso”. ¿Hubo realmente algún sentido en el llamado proceso de cambio?
Mientras así va agotándose la fiesta indigenista, las cosas para los ciudadanos siguen como hace seis años o peor, con niños en la calle, dolor y miseria para los trabajadores, médicos en huelga, enfermos sin medicamentos, periodistas amenazados, marchistas del TIPNIS vilipendiados, enfrentamientos y odios alentados por el régimen.
Los agoreros reciben libretos para acusar y consignas para distraer y dividir a las organizaciones sociales: contra los marchistas del TIPNIS dicen que “la marcha es de derecha”, (ya no pueden decir que son separatistas), “estos indígenas no entienden la democracia”, (ya no dicen estos indios no entienden la República), “son unos pagados por los gringos”, etc.
Frente a esta actitud de soberbia, y el manejo del poder despótico, el escenario social y político va tomando otra dinámica, estamos en vísperas de una convergencia de varios factores, el invierno crudo podría convertirse en una hoguera política; sin exagerar, ni ser apocalípticos, la marcha del TIPNIS puede terminar con la fiesta indigenista. El Gobierno parece sospechar, por eso las loas a los militares. Morales ya no confía en sus movimientos sociales, ni en sus ministros, la conspiración ha empezado en el interior del MAS.
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