La Iglesia Católica ha sufrido reveses en la patria de Martí desde el triunfo del Movimiento 26 de Julio en 1959, que instauró un régimen socialista. Este episodio marcó la controvertida figura de Fidel Castro, nacido en 1927, quien, durante toda la campaña de la Sierra Maestra, recibió el respaldo y la solidaridad de un sector del clero, especialmente de sacerdotes jóvenes. Inclusive el padre Sardigna murió en combate con el grado de comandante. Asimismo monseñor Eduardo Boza Masdival, Obispo Auxiliar de La Habana, apoyó valientemente a quienes luchaban contra la tiranía de Batista, pero posteriormente fue expulsado de la isla por los revolucionarios.
“Los cubanos tenemos la firme convicción de que nuestra patria volverá a ser libre. No podemos aceptar que sea irreversible (la revolución) en el sentido de que la esclavitud comunista ha de imperar siempre en ella (Cuba), porque Dios no hizo al hombre para la esclavitud sino para la libertad”, remarcó monseñor Boza Masdival (Presencia, abril 22 de 1968).
La Iglesia Católica ha sobrevivido a la intimidación, a la amenaza y la persecución, alentada por el extremismo, y se ha fortificado en la clandestinidad, con la fuerza que infunde la “palabra de Dios”. En consecuencia ha tenido que sortear muchas dificultades para poder sobrevivir, como testimonio de fe cristiana, en un país donde “la revolución había tomado medidas serias para quebrantar la conspiración de la jerarquía católica”.
Tal actitud fue asumida pese que Fidel Castro afirmó: “Hay que mantener la unión de todo el pueblo por encima de divergencias secundarias, como son las divergencias en torno a la religión” (Presencia, febrero 24 de 1969).
Y la reciente visita del Sumo Pontífice a la isla no ha caído en saco roto, sino que ha dado frutos favorables, debido a que ha tocado el corazón de los gobernantes, quienes, por consiguiente, permitieron, con “carácter excepcional”, según se dijo, la Vía Crucis en La Habana, declarando inclusive “receso laboral”. Y la Iglesia, aprovechando los días consagrados a celebrar la Semana Santa, logró iluminar, como una lucecita en la tenebrosa oscuridad, el camino del amor, del perdón y de la reconciliación, por donde debe transitar el pueblo cubano y, particularmente, la grey católica, previa una señal de reflexión y recogimiento.
El milagro del cambio se registró en esa ocasión, cuando decenas de personas, entre hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, salieron a las calles de La Habana, para rememorar la vida, pasión y muerte de Jesucristo. Y parece que sus palabras resonaron ante ese fervoroso movimiento de fieles: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descargar”.
Los hombres, por la misma naturaleza humana, somos propensos a equivocarnos, a desviarnos del buen camino, pero somos perfectibles, de una u otra manera. Sabemos que errar es de humanos y perdonar es divino. Y con un gesto de esta naturaleza podríamos contribuir a construir un nuevo mundo con equidad y justicia, fundamentalmente, como soñaron nuestros mayores, desde tiempos remotos.
El perdón nos encaminará, en dictadura o democracia, con revolución o sin ella, hacia la reconciliación, que se entiende por pacificación y desarme espiritual. Y sólo con la reconciliación avanzaremos en la búsqueda permanente de una convivencia civilizada, con paz duradera.
En suma: es rescatable la decisión asumida por los gobernantes cubanos en relación con la Semana Santa, lo que ha permitido desahogarse a la población católica.
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