Tradicionalmente los trabajadores festejan el 1 de mayo como día de la victoria obrera sobre el capitalismo manchesteriano, que imponía 12 o más horas de trabajo a hombres, mujeres y niños, y con una serie de luchas lograron la jornada de ocho horas y un justo salario. Esa lucha costó la vida, entre otros, de Sacco y Vanzetti y sus compañeros de causa, ejecutados en la horca en Chicago un 1 de mayo, motivo por el que todos ellos son conocidos como los mártires de Chicago. Sin embargo no fue la última pelea de los trabajadores por conseguir la justicia que les permita contar con lo necesario para llevar una vida digna; el 1 de mayo es el símbolo mundial de la larga pelea por la justicia, tan esquiva al necesitado.
Pero ¿qué es el trabajo? El resultado de la actividad eficiente de todo cuanto existe para conservar y transformar la realidad; y también, la fuerza humana capaz de generar progreso y bienestar a la sociedad a cambio de un salario justo. Por eso, como dice el señor Presidente, el trabajo dignifica; y es cierto pues honra a la persona que es capaz de dar lo mejor de sí en la tarea desempeñada, al entregar capacidad y solidaridad al otro para quien trabaja. Por eso hay actividad humana cuyo resultado es visible de inmediato: la elaboración de una vasija que tiene belleza o carece de ella; es una obra de arte o sólo una tosca olla de barro. ¿Cuál la diferencia entre ambos trabajos?
En ambos se ha puesto esfuerzo humano, se ha modificado la misma materia prima, pero en una falta el talento y, sobre todo el amor, el cariño del artista al realizar su obra, es decir el valor oculto del amor presente en el trabajo como elemento esencial de él. La presencia o ausencia de eso invisible es lo que dignifica el trabajo. Esto lo podemos ver en el trabajo mercenario, en aquel producido en masa, en máquina movida por energía de cualquier fuente, y sólo vigilada por el hombre que trabaja por la paga y no se interesa en el producto, pues sabe que es una mercancía en la cual casi todo es mecánico, sin alma, excepto la escasa atención que el obrero ha puesto en el manejo de la máquina y la supervisión para que el producto sea aceptable.
Entonces estamos ante una olla de aluminio u otro material, que no tiene vida, incapaz de comunicar sentimiento como lo hace la artística olla de cerámica trabajada por una persona de alta sensibilidad; a tal punto tiene vida la hermosa olla, que no la queremos usar sino contemplarla, y la guardamos en un lugar privilegiado del hogar.
También hay trabajos que parece no lo fueran, como las marchas de protesta o las huelgas de hambre, etc. En las cuales podemos ver tanto la energía material invertida en el acto, como sobre todo, la pasión humana que se desborda en él; y dentro de ese trabajo está presente el afán de justicia, la reivindicación pedida por los marchistas o huelguistas. Es, pues, un trabajo que dignifica a quienes lo realizan porque lo hacen en relación con un objetivo superior; lo hacen con esfuerzo humano psíquico y espiritual en el que arriesgan su salud, su integridad personal, pues ha habido oportunidades en las que marchistas y huelguistas fueron heridos o muertos a la hora de la represión. Ese trabajo con plusvalía social, que vale en el mercado de la historia, donde se justiprecia el sacrificio solidario del hombre que sirve al hombre.
Por lo tanto el trabajo, el esfuerzo del marchista o del huelguista es un verdadero trabajo humano en el que se vierte la integridad del hombre: el sentimiento, la idea y el objetivo trascendente buscado con ese medio, elegido con la libertad característica superior del hombre, y como está presente la libertad, ese acto corre el riesgo de ser desvirtuado y lo será en la medida que haya odio, rencor en la marcha o huelga, y será revalorizado, es decir dignificará al hombre cuando los actuantes pongan idealismo, verdadero afán de justicia, es decir, amor al prójimo por el cual luchan.
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