Desde EL FARO
“Los planes interculturales son mal usados, se volvieron un negocio”, este comentario atribuido a Rafael Quispe, dirigente del Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ), robustece la corriente informativa en la cual lo “intercultural” hace parte de una sopa de letras, que falsea y deforma el significado de un concepto clave en la vida de las sociedades contemporáneas.
La mayor deformación, sin embargo, tiene que ver con la etiqueta de “interculturales” asumida por los afiliados de la otrora organización sindical de colonizadores, a partir de su conversión en “Confederación Sindical de Comunidades Interculturales de Bolivia”, ¿por qué este cambio? La respuesta es obvia, en tiempos de un régimen supuestamente “descolonizador”, resultaba políticamente incorrecto reconocerse como “colono”.
En su compulsión innovadora, los ideólogos del proceso de “cambio” han lanzado al mercado discursivo tal cantidad de nuevos conceptos, que se repiten de memoria a modo de anzuelos atractivos que la realidad se encarga de vaciar de significado. Varios de ellos han sido recuperados de complejas corrientes de pensamiento filosófico y político, cuyo aporte a la comprensión teórica de la sociedad contemporánea está fuera de duda. En la práctica, su uso coloquial y discursivo ha abonado el fértil espacio de la confusión en dirigentes de uno y otro lado y en la misma ciudadanía. Se desdibuja y se vulgariza.
De modo genérico, la interculturalidad “se refiere a la interacción entre grupos humanos de culturas diversas bajo la premisa de que ningún grupo cultural esté por encima del otro”. La misma Constitución “reconoce a la interculturalidad como instrumento para la cohesión y convivencia armónica y equilibrada entre todos los pueblos y naciones” (CPE: 98). Desde esta perspectiva, ningún grupo de la población debiera monopolizar ni arrogarse la condición de intercultural como forma de acceso a privilegio alguno.
El ejercicio de la interculturalidad presupone cambios en la forma de relacionamiento social de todos los miembros de una comunidad política, social y culturalmente diversa. Dicho en otras palabras, todos los bolivianos debiéramos abrazar la interculturalidad como una forma de convivencia en una Bolivia “plurinacional”.
Definido el concepto, queda claro que el comportamiento adoptado por los “interculturales” ha intensificado su carácter colonial respecto a los pueblos indígenas de tierras bajas, fracasando en su intento de borrar su pasado colonizador. Hoy, desde el oficialismo y su núcleo duro de interculturales -cocaleros y colonizadores- se hace gala de intolerancia, de una condescendiente y hasta agresiva conducta colonizadora. Avasallan tierras, depredan bosques y dañan el medio ambiente y bloquean a marchistas y “ningunean” a dirigentes indígenas al acusarlos de marionetas de intereses políticos. Y lo peor, reemplazan los espejitos colonizadores de los Pizarro por parabólicas, celulares y otras prebendas, tales como las becas y cupos “interculturales” nada trasparentes en programas de acceso a normales y a la institución policial.
Lo cierto es que, siete años después de inaugurada la denominada “revolución democrática y cultural”, las consecuencias políticas del uso y abuso de lo intercultural se hacen sentir hasta en la sopa. Hacen parte de una estrategia de poder nada intercultural ni emancipadora.
erikabrockmann@yahoo.com
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