El Consejo Académico de la Universidad Mayor de San Andrés, en un pronunciamiento público sobre la política gubernamental de limitar la docencia asistencial, hace unas semanas hacía referencia a una postura oficial de “irracionalidad” frente a lo académico. Y es que en estos tiempos de cambio (?) en el que vivimos, hay una permanente agresión a todo lo que es conocimiento científico, academia y cultura universal, al amparo del discurso “descolonizador” y etnocentrista, especialmente aymara.
La irracionalidad a la que hace referencia el pronunciamiento de referencia es sinónimo de barbarie, es decir posturas alejadas de la lógica y la reflexión serena, e impulsadas por la rusticidad e incultura. Pero, por el contrario, la academia es el establecimiento donde los docentes transmiten conocimientos científicos a los futuros profesionales; también es académica toda actividad organizada que tiene que ver con la ciencia, el arte y la cultura en general, así como la investigación.
El Presidente del Estado Plurinacional, en una de sus diarias alocuciones, hace unos días, refiriéndose a la protesta médica y de los trabajadores de la salud -en defensa de un “derecho” laboral “adquirido”, como es el horario de trabajo de seis horas, que pretender ser aumentado a ocho, sin el respectivo reconocimiento salarial por ese excedente de tiempo trabajado, vulnerando los principios de la doctrina del derecho laboral, que reconoce como “derecho adquirido” todo tratamiento por largo tiempo en beneficio del trabajador- lanzó la frase: “me siento feliz por no haber ido a la universidad”, que seguramente ha de ser inscrita en el anecdotario de la irracionalidad del poder político.
Y es que en el sistema de educación en el mundo, el nivel de estudio más elevado es el universitario, a donde ingresan los más aptos intelectualmente, tanto en los países capitalistas como socialistas, y en este nivel los grados de licenciado, magíster o maestro, doctorado, etc., son el resultado del esfuerzo intelectual.
La Universidad, inspirada en la Academia de Platón y en el Liceo de Aristóteles, apareció en el Siglo XIII, en la Edad Media, siendo las primeras la de Salerno y Bolonia. La primera alcanzó notoriedad como escuela de medicina desde el Siglo IX.
En nuestro país, en el Siglo XVII fue fundada la Universidad de San Francisco Xavier en Chuquisaca, y el Mariscal Andrés de Santa Cruz creó las de La Paz y Cochabamba, que junto a las otras universidades públicas y las varias privadas de este tiempo, han formado y siguen formando a los profesionales e intelectuales que hacen ciencia y cultura en beneficio de la Patria y de los países a donde emigran en busca de mejores condiciones de vida, donde se destacan y honran a Bolivia. Además la investigación científica escasa que se hace en nuestro país, se la efectúa en las universidades.
Estamos viviendo la “era del conocimiento” científico y, en consecuencia, no debería haber actividad humana que no sea orientada por la ciencia y la tecnología, es decir el conocimiento. Por eso las posturas de la “irracionalidad” del gobierno del cambio (?) -seguramente inspiradas en las “estrategias para destruir la dominación khara”, del señor Álvaro García Linera, que dice: “el debilitamiento de la sociedad khara, a su vez, pasa por colocar en un plano de incertidumbre el valor del conocimiento occidental, expresado en el conocimiento y valor de los profesionales y su importancia”- resultan un contrasentido al tiempo en el que vivimos. Y el Presidente del Estado debería lamentarse por no haber ido a la universidad, y no felicitarse, pues otro hubiera sido el resultado de su gestión de gobierno.
El estudio superior en la Universidad, restrictivo hace tres décadas, es desde la Revolución Nacional, accesible a todos los estratos sociales, incluso “popularizando” el acceso a las aulas, el único requisito es el sacrificio para estudiar con dedicación y amor a la sabiduría.
Hace ya algunas décadas, el catedrático Will Durant en una de sus obras: “Filosofía, Cultura y Vida”, en su crítica sobre la democracia, dice: “De donde la democracia viene a ser el gobierno de los que no saben gobernar”, y luego sentencia: “La última causa que ha contribuido al fracaso de nuestra democracia, es la generalización de la ignorancia. La imbecilidad de los hombres -dice Emerson- siempre está invitando al poder a desbordarse”.
La función más importante de gobernar es, sin duda, educar, pero para cumplir esa función, el gobernante debería estar educado.
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