Entre los seres humanos es muy común establecer reductos por afinidades como la profesión, carácter y tendencias, entre otras.
Nuestro país se encuentra convulsionado y la causa es que no existe una acendrada cultura de diálogo y la formación consecuente para conciliar posiciones. Convienen los que defienden su reducto, que es más congruente desafiar los derechos de los demás, siempre que reciban la retroalimentación de sus bases en su presunta posición de lograr pretensiones, que pueden quedar en la condición de negativas, si es que no se demuestra con pruebas la necesidad de aceptación de las mismas.
También es muy común que los reductos enardecidos no escuchen las críticas que son indispensables para validar la pretensión y establecer la cultura de paz. Los reductos deben realizar cotidianamente un repaso a los medios escritos de difusión y con mucha atención a los orales, para concluir que es vital leer y escuchar para obtener la lectura precisa y exacta de los sentimientos del pueblo; así se evita continuar con un egocentrismo de grupo que perjudica a la colectividad, en suma al bien general.
En estos momentos críticos es tiempo de dosificar las posiciones intransigentes, que son incontrastablemente una declaración explicita de incapacidad de formación en el dialogo, la concertación y una proclividad a la conciliación, que es sencillamente hacer recíprocas concesiones entre las partes. Así se logra un acuerdo que contempla las posibilidades económicas y materiales de acceder a la pretensión y razonar serenamente cuando se comprueba la imposibilidad. De esta forma se preserva el bien común, que no es otra cosa que dar a cada cual lo que le corresponde, expresado jurídicamente, único medio de salvaguardar los intereses de la población ante los del reducto.
Lo expresado es el objetivo inclaudicable de todo Estado responsable, que quiere acatar los designios de su propia Constitución consensuada.
El autor es abogado corporativo, postgrado en Arbitraje y Conciliación.
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