La identidad carece de señales

La identidad individual o colectiva no tiene señales que la caractericen como única. Aquello de las diferencias raciales, étnicas, históricas, geográficas, ideológicas, religiosas y culturales es más producto de los primitivismos y los fundamentalismos.

Tal la tesis de fondo que presentó el periodista Carlos Decker Molina, en un conversatorio que se realizó el 26 de abril, en la Asociación de Periodistas de La Paz. Decker realizó corta visita al país. Reside desde hace 36 años en Suecia. Fue una de las tantas víctimas de la diáspora política, que sigue prevalente en Bolivia.

El expositor desgranó una a una las presuntas diferencias, llegando a la conclusión de que lo único que existe en la realidad es lo híbrido, o sea lo mestizo, sobre la base del credo democrático.

El color de la piel, así como de la raza, han dejado de ser señales definitivas. Hay suecos negros y así como hay africanos rubios, entre ellos el escritor de Mozambique Mía Couto y el sudafricano J.M. Coetzee.

La investigación científica respalda tales asertos. El científico José Marín González, doctor en Antropología de la Universidad Sorbonne, de París, definió que “Las razas no existen, ni biológica ni científicamente. Los hombres, por su origen común, pertenecen al mismo repertorio genético. Las variaciones que podemos constatar no son el resultado de genes diferentes. Si de “razas” se tratara, hay una sola “raza”: la humana”.

En tiempos de la guerra fría, se puso en evidencia que la identidad no tenía nada que ver con la raza, la etnicidad o el origen, sino con la ideología. Ésta daba un sello de identidad por encima del idioma, la nacionalidad y el color de la piel.

La Yugoslavia deTito, mal que mal, no era ni Moscú ni Pekín, era la no alineada, era la Yugoslavia de los ciudadanos. La situación cambió con su sucesor. Milosevic convirtió a Yugoslavia en etnias y así nació el concepto brutal: limpieza étnica. Las etnias lo primero que reclaman es su territorio.

La violencia es una solución cero. En el Líbano volvió a comprobarse que las identidades que presumen de ser limpias tienden a ser asesinas.

Según el psicólogo alemán Harlad Welzer, autor del libro “Delincuentes”, el proceso comienza con la aplicación de la psicología de la exclusión. La exclusión nace verbal. Se sintetiza en la dicotomía: NOSOTROS Y ELLOS. Ocurrió en la Alemania nazi de los 30, en Sudáfrica, Yugoslavia, en Rwanda.

Se profundiza cuando se dice que ELLOS han robado algo a NOSOTROS; el robo puede ser economía, poder, estatus, cultura. ELLOS. Primero son ninguneados, separados, marginados y luego eliminados. En este punto del proceso de la psicología de la exclusión, El NOSOTROS supone recobrar lo que ELLOS les sustrajeron y volver a ser lo que siempre creen haber sido. La creencia es que el pasado fue exitoso y se quiere empezar de nuevo.

Ciertos fanatismos, entre ellos algunas religiones mal entendidas, en la actualidad están exacerbando las presuntas señales de la identidad.

Una pregunta sería esencial: “¿Puede el Estado regular, legislar, es decir imponer la Asimilación, que supone aceptar una sola identidad? La respuesta es muy simple: NO”. El desafío es aceptar identidades compuestas o como dice otro estudioso del tema, el Nobel de Economía Amartya Sen: identidades diversas.

La mayoría europea es mestiza. Para graficar las mezclas humanas, además de las culturas nacionales, se abrió paso la metacultura. La globalidad no sólo significa el ir y venir libre del capital financiero, sino que se impone en todos los órdenes de la vida humana.

En Suecia, desde los 70, se optó por la profundización de la Democracia, lo que implica que sus ciudadanos y los OTROS, según sus reglas de juego, son iguales. Ellas son: Libertad de opinión, de prensa, de religión, independencia del sistema judicial, elecciones libres, derechos humanos, igualdad entre hombres y mujeres, respeto profundo por los niños y por las diferencias sexuales.