El Día Histórico: 7 de mayo de 1877
Después de las ejecuciones de Benjamín Urgel y Cecilio Chávez, la columna pacificadora del oriente, a órdenes inmediatas del Gral. Carlos de Villegas, apresuró su marcha en pos del caudillo principal, doctor Andrés Ibáñez, quien se había internado hasta el solitario punto de San Diego, 15 leguas antes de llegar a la frontera con el Brasil.
Una legua más acá de San Diego, el general Villegas distribuyó sus fuerzas en tres partes, con orden de rodear al rancho, compuesto de tres miserables casuchas, donde dormía Ibáñez.
A las cuatro de la mañana de un 7 de mayo, Ibáñez y sus compañeros fueron sorprendidos, en sus propias hamacas. Fue tal la sorpresa del infortunado caudillo y de los jefes y oficiales que lo acompañaban, que no atinaron a vestirse y se entregaron casi inermes.
Cuando aclaró el día se pudo reconocer a todos los capturados, cuyo número alcanzaba a 40. Después de una breve conferencia entre Villegas e Ibáñez, quedó constituido el Consejo de guerra a las diez de la mañana. Lo presidía el coronel Escolástico Pimentel, actuando como juez fiscal el doctor Pedro Hoyos Gil.
El consejo se limitó al interrogatorio siguiente:
Fiscal pregunta: sus generales.- El reo contesta: me llamo Andrés Ibáñez, natural de Santa Cruz, de 37 años, casado, abogado.
Fiscal: Está usted acusado de los delitos de rebelión, robo, incendio, destierros y fusilamientos.
Ibáñez: En cuanto a delito de rebelión, nada puedo decir; respecto al de robo, lo que he tomado no alcanza, como me calumnian mis ingratos paisanos, a la cifra de 60.000 pesos; ello no ha pasado de diez mil, y puedo aún restituir parte que tengo depositado en poder de mi esposa.
Fiscal: Teniendo usted fuerzas superiores, ¿por qué no nos hizo resistencia?
Ibáñez: Porque jamás traté de hacer resistencia a tropas de línea, me propuse solamente batir las columnas de Cordillera y el Beni, e internarme, como lo he hecho a esta provincia, donde no creí que se atreverían ustedes a perseguirme.
Después de otras preguntas sin importancia el Consejo de guerra sentenció a muerte a Andrés Ibáñez, Francisco Javier Tueros, José Manuel Prado, Manuel Valverde e Ignacio Montenegro.
Ibáñez fue conducido a la estrecha sala donde estaba la mayor parte de los presos. El caudillo federalista estuvo en tertulia animadamente con ellos, sin preocupación y como si ningún peligro le amenazara.
Preguntaba con avidez cómo los expedicionarios habían podido ejecutar con tanta rapidez una marcha tan atrevida, expresó que le parecía un sueño todo lo que veía, mezclando su tertulia con ese chiste y agudeza que tanto le distinguían.
FUSILAMIENTO DEL DOCTOR ANDRÉS IBÁÑEZ
Minutos después se presentó ante los reos políticos el fiscal Gil, y les leyó la fatal sentencia. Se levantaron todos e instintivamente se dieron unos a otros el último abrazo. Ibáñez al darle la mano a Tueros le dijo: “Adiós, coronel” y él le contestó: “adiós, doctor, usted me comprometió y muero por usted”.
Salieron y cada uno se sentó en la pirca de adobes y palos que se había dispuesto de antemano, Ibáñez recorrió con la vista todas partes como buscando al general Villegas, quizá para implorar clemencia, pero Villegas esperaba la escena detrás de un árbol
Viéndose perdido, Ibáñez pidió un pedazo de papel y encima de la rodilla escribió una carta a su esposa en estos términos.
“Señora Angélica de Ibáñez; acá van a leerme y notificarme mi sentencia de muerte así que esta carta, escrita ya en el patíbulo recibirás después de ella; los latidos del alma que suspira, no se dedican en este instante sino al ser huérfano que uno deja, escucha y lee mi adiós. Ayer salvé la vida milagrosamente; pero no había sido más que un aplastamiento. Vive al lado de mi madre; ella por la estimación que te ha tenido, te sostendrá. Consuela y quiere a mi hijita Leocadia y a los otros; no puedo más, desfallece tu Andrés”.
Veinticuatro tiradores formaron al frente, una descarga cerrada y bronca acabó con la vida de los reos, instantáneamente, excepción de la de Prado, que para que expire fue necesario que le hicieran varios disparos.
Ibáñez, apóstol del socialismo cruceño de la federalización departamental y precursor de la autonomía, ideas por las que había echado desde su juventud y las que les había labrado una popularidad inmensa, como nadie la había tenido antes ni la tuvo después moría por sus ideales, por los desposeídos y por su querida Santa Cruz. El Gobierno centralista dijo que con esta muerte, el pueblo entraba a un periodo de tranquilidad y reposo, después de haber vivido mucho tiempo, una vida de zozobras y conmoción revolucionarias.
Después de las ejecuciones los demás ciudadanos y oficiales rebeldes fueron flagelados por los soldados del Gobierno.
Así terminó la odisea del doctor Ibáñez, líder del oriente boliviano, en esta tragedia de San Diego.
Hecho un breve descanso, Villegas y su tropa volvieron a Santa Cruz después de haber realizado una sangrienta campaña caracterizada por haber derramado inútilmente sangre hermana y valiosa para la patria y la integración nacional.
EL DIARIO, 1 mayo de 1925
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